Willets Point, un barrio a punto de desaparecer | Centro Gabo
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Willets Point, un barrio a punto de desaparecer

 

Autora: Sindy Nanclares

Redacción Centro Gabo

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“Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico… estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos. “ - Gabriel García Márquez

Al barrio Willets Point se entra en carro, muy, pero muy lento. Así evitas dañar la parte inferior del auto con los huecos esparcidos a lo largo y ancho de sus calles.

Si tienes suerte no ha llovido y puedes ver la profundidad de la mitad de los cráteres. Pero si no, tienes que adivinar por dónde andar, guiándote por las islas de cemento asomadas entre charcos de agua negra que reflejan grasa con visos holográficos verdes y morados. Decenas de hombres, en su mayoría latinoamericanos, parados en sus negocios a lado y lado de la calle, te explican amablemente cómo navegar por el terreno hostil. 

También con amabilidad te preguntan en español: “¿qué necesitas? ¿Un ‘mofle’?, ¿quieres pintar el carro?” Uno te lo deja por $1.000. El otro, te ofrece hacer un muy buen trabajo por $400 y de paso te arregla un choque. Uno a uno se acercan a tu ventana para ofrecerte sus servicios. Aquí solo vienen los que quieren arreglar sus carros a un bajo costo o si tienen algo que botar en el desguazadero. 

Willets Point es un barrio pequeño en Queens, Nueva York, condenado por más de 100 años a un caso extremo de abandono institucional. Las calles no están pavimentadas. El aire es pesado y el viento de la bahía levanta nubes de polvo. Donde no hay carros hay montañas de escombros, llantas y basura. La mayoría de los edificios son de una planta y sus fachadas están cubiertas con láminas de lata. El paisaje es gris pero lo adornan los letreros de colores y los graffitis de las rejas de los que ya cerraron. Fue un vertedero de la ciudad, así que su suelo está contaminado. No hay cañerías, ni sistema de agua corriente. No llega la recolección de basura. Tampoco hay señalizaciones y los postes de luz no se prenden en las noches. 

Alexander Calderón, a sus 41 años, es uno de los mecánicos que se alinean en el costado de la calle tratando de pescar algún cliente. Tiene una sudadera roja que combina con su gorra plana de béisbol. Su cara es redonda y sus pómulos mestizos están quemados por el viento frío del otoño tardío. Sus manos anchas, con dedos gruesos, se ven ásperas y golpeadas por el trabajo manual. Nació en Honduras, pero cuando le preguntas de dónde es, dice que del “yonker” – del desguazadero. Sus amigos le dicen Alex. Llegó a los 20 años y desde entonces, trabaja allí jornadas extensas, soportando en la calle las bajas temperaturas, tormentas de nieve, las inundaciones de la primavera y el sol del verano. 

No renta un local completo, Alex comparte un espacio dentro de un local. Así funciona la mayoría de negocios del área: 3 y 4 talleres comparten un solo local y todos trabajan a la vez. En el 2009 había alrededor de 225 pequeños negocios automotrices, 95 por ciento de ellos con dueños Latinos. Estos empleaban a más de 1.800 personas, mayormente hombres inmigrantes. Hasta que hace más de una década la ciudad comenzó a comprar todos los terrenos y locales del extremo suroeste del barrio para demolerlos y abrir paso a un mega proyecto de desarrollo inmobiliario.

Allí se levantarán un estadio de fútbol, un hotel de 250 habitaciones, locales comerciales, oficinas, una escuela primaria con 650 cupos, y dos edificios de 2.500 viviendas “asequibles” – lo de asequible es subjetivo y depende a quién le preguntes. Un reporte independiente estima que la obra le costará a la ciudad cerca de mil millones de dólares entre adquirir terrenos, creación de infraestructura y remediación ambiental. 

Willets Point se extiende unas 25 hectáreas, está acorralado geográficamente y se pierde en el mapa. Su vecino al oeste es el estadio de béisbol Citi Field, con sus respectivos parqueaderos. Al sur, el parque Flushing Meadows Corona Park se extiende majestuosamente, sin infraestructura que conecte al barrio. Así que los nuevos residentes del área no tendrán fácil acceso a los espacios públicos de recreación. 

Al este, el arroyo Flushing Creek, que fluye hacia el norte, para encontrarse con la bahía Flushing y el mar. Es uno de los desagües más importantes y de los cuerpos de agua más contaminados de la ciudad. Allí se desechan más mil millones de galones de aguas pluviales al año infectadas por desechos residuales e industriales. 

En el 2023 se inició la primera fase de obra y en diciembre del 2024 comenzó la construcción del estadio de fútbol profesional, el primero en el estado. La ciudad cerró las vías principales que comunicaban al barrio con la avenida Roosevelt y aisló los negocios que quedan. Ahora Alex camina tres cuadras desde su negocio hasta el par de calles traseras que continúan abiertas. Allí los trabajadores compiten por los pocos clientes que llegan. A veces, esta competencia genera conflictos entre ellos, pero en general, se lleva bien con todos. 

“Perder este lugar para mí es perder mi juventud”, cuenta Alex con dolor. Ha considerado a Willets Point su casa y sus colegas son su familia. No sabe si el dueño de su local vendió el terreno a la ciudad o a algún inversor privado. Aun así sigue pagando su arriendo a tiempo cada mes. Alex, como todos los negociantes y trabajadores del área, aprovecha para trabajar lo más que pueda en el tiempo que le queda. Ellos saben que en cualquier momento se tendrán que decir adiós. 

Una pared de madera reforzada verde amuralla toda la construcción, separando el barrio nuevo del viejo. Al lado de la pared, hay decenas de carros parqueados uno al lado del otro. Pero aquí, incluso un espacio en la calle ofrece una oportunidad para trabajar. En una furgoneta grande, blanca y con una gruesa capa de polvo encima, Gustavo Pérez, de 66 años, espera por trabajo. Es delgado y su cara es alargada. Su voz es suave y cortés. Es de Ecuador y hace más de 30 años trabaja en Willets Point. Así crió a sus hijos y mantuvo su familia hasta que el taller donde pintaba carros vendió y fue demolido. Ahora toda su herramienta de trabajo está en la parte trasera de la camioneta que le prestó un amigo. 

Entre el 2008 y el 2016, la ciudad negoció terrenos y fue acusada de prácticas agresivas para desalojar la zona. Los comerciantes demandaron y protestaron. Gustavo participó en las manifestaciones por petición de su empleador. Pero con el tiempo, la moral bajó y los dueños vendieron. “Nos traicionaron”, dice Gustavo, refiriéndose a los que con el tiempo vendieron. “Tomaron la plata y se marcharon.” 

Joseph Ardizzone fue uno de los que no dio el brazo a torcer. Nació en su casa de Willets Point en 1932 y murió en 2016 esperando que llegara el servicio de agua a su casa. Joseph fue vecino de Alex, y era el último residente oficial del barrio. Por décadas, él y negocios vecinos pagaron impuestos de propiedad y cobros por manejos de aguas. Pidieron servicios básicos de saneamiento pero nunca llegaron. Joseph abogó por el barrio hasta el cansancio, lideró las protestas y se rehusó a vender su propiedad cuando la ciudad trató de comprarla. 

Cuando los padres de Joseph llegaron a la zona, junto con otra familia, construyeron sus casas al lado del corazón comercial de Willets Point con el sueño de forjar una comunidad vibrante. Pero el área estaba altamente contaminada. 

Antes de ser conocido como “el triángulo de hierro”, Willets Point era una zona de marismas: terrenos bajos y pantanosos que se inundaban naturalmente con agua salada de la bahía, creando un ecosistema biodiverso. En 1909, la Brooklyn Ash Removal Company vio en la zona el lugar ideal para desechar las toneladas de residuos de carbón de las chimeneas que calentaban Manhattan y Brooklyn, además de los desperdicios de varios botaderos municipales. Durante 25 años, la compañía generó montañas de cenizas y desechos de más de 27 metros de altura. Esto le mereció el nombre de “Valley of Ashes", o el valle de cenizas, en la obra The Great Gatsby de F. Scott Fitzgerald. 

Cuando Joseph era niño, papás no le permitían jugar en las montañas de ceniza, pero él recordaba la belleza natural de la bahía. 

Para la década de los 30, muchas cosas cambiaron. Llegó la extensión del tren 7 hasta la estación de Willets Point, conectando el norte de Queens al corazón financiero de la ciudad. Construyeron las autopistas Grand Central Parkway, el Van Wyck y el Whitestone Expressway, todos aunando en Willets Point. Un parqueadero en servicio del tren colmó el barrio de tráfico vehicular y trajo consigo la industria automotriz. 

El contrato de la compañía de ceniza expiró y la ciudad se apoderó de la zona. El famoso urbanista Robert Moses asumió como comisionado del departamento de parques de la ciudad y puso su mirada en el “valle de cenizas". En 1934 comenzó la construcción del parque de Flushing, al sur de la avenida Roosevelt, el cual se convertiría en el centro de convenciones para la World's Fair de 1939. En ella, se inauguró el parque y una estación del tren intermunicipal Long Island Rail Road. 

Para el retorno de la Feria, en 1964, Moses quiso expandir el parque y borrar de la memoria al barrio al que llamó “una monstruosidad y una deshonra para Queens”. 

Fue entonces cuando los residentes y comerciantes de Willets Point contrataron a un joven Andrew Cuomo, quien se convertiría años más tarde en el gobernador del estado, y ganaron la pelea en contra de la ciudad. Los negocios se quedaron pero Moses construyó un estadio de béisbol: el Shea Stadium. 

A pesar de su naturaleza tosca y la falta de servicios públicos, Willets Point fue por décadas un barrio próspero, con una vida comercial importante – especialmente por el tiempo de las mafias italianas. Así es como lo recuerda Gustavo, vibrante y con mucho trabajo. 

Todo cambió en el 2002, cuando Michael Bloomberg vio en la zona un espacio para apostar por los Juegos Olímpicos del 2012. El proyecto incluiría reconstruir el estadio de béisbol y un nuevo estadio de fútbol. Nueva York perdió la apuesta por los Olímpicos pero esto no detuvo el proyecto de desarrollo. Se levantó Citi Field y se aprobó la modernización del Willets Point. 

Esta vez, la ciudad ganó.

El proceso de reparación y descontaminación del suelo de la fase 1, donde se elevarán los dos edificios residenciales, tardó dos años. 100.000 toneladas de relleno contaminado fueron sustraídas y reemplazadas por tierra fresca. La ciudad instaló una red de agua para el barrio nuevo que termina unos metros antes de la casa de Joseph y no proveerá servicio al barrio viejo. 

Sentado en la furgoneta, al lado de la construcción, Gustavo recuerda que en una oportunidad le dijo a delegados de la ciudad: “Yo no vengo aquí a robar. Estamos aquí para trabajar, para aportar a la ciudad.” 

A Gustavo, Alex y a los que siguen allí solo les queda esperar a que les llegue el turno de ser arrancados del valle de cenizas.

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