Las navidades siniestras de Gabriel García Márquez

La dura y ácida crítica del escritor colombiano a la fiesta de Navidad.

Las navidades siniestras de Gabriel García Márquez
Por:
Centro Gabo

El 26 de diciembre de 1952, cuando tenía veinticinco años y trabajaba como periodista en El Heraldo de Barranquilla, Gabriel García Márquez publicó una columna navideña titulada “Juguetes para adultos”. Era una de sus famosas “Jirafas” que solía firmar con el seudónimo “Septimus” en honor a Septimus Warren Smith, un personaje de La señora Dalloway, la emblemática novela de Virginia Woolf. En tan solo cuatro breves párrafos, el joven escritor reflexionó sobre la ansiedad de los niños y los adultos que esperan el 25 de diciembre para abrir los regalos que les ha traído el Niño Dios. En el caso de los adultos, afirmaba García Márquez, esa ansiedad viene acompañada del deseo de recuperar, al menos por un instante, la infancia perdida por la seriedad y la indiferencia que el tiempo esculpe en el carácter de las personas grandes.

“Los mayores, cuando los juguetes quedan abandonados en el rincón, tienen la oportunidad de disfrutar de lo que secretamente habían estado deseando durante todos los días anteriores”, escribió Gabo. “A las once de la mañana el papá, serio y trascendental, le da cuerda al automóvil de carrera o se divierte con la bailarina mecánica que él mismo adquirió antes con cierta indiferencia, con ese aire de dramático perdonavidas con que llegan a las cacharrerías los padres de familia. La madre está arreglando la casa con mobiliario en miniatura y los tíos, las tías y hasta los abuelos, están viviendo un nuevo instante de la remota infancia, haciendo reventar la casa con una atronadora fiesta de tambores y pitos, mientras los niños, jugueteando como de costumbre en el corredor, piensan: «¡Qué viejos tan idiotas!». Es hora de que los adultos reconozcamos que lo más agradable que tiene la Navidad es la oportunidad que ella nos brinda para poder regresar, impunemente, a la época en que el mundo podía echarse a andar con sólo enroscar la cuerda de un juguete mecánico”.

Con las décadas, luego de muchas reflexiones políticas y varias novelas escritas, esta idea de la Navidad como una fecha especial en la que los viejos pueden retornar al paraíso perdido de la infancia fue sustituida por otro pensamiento mucho más pesimista: el de la Navidad como un acontecimiento desagradable impulsado por el consumo y la falta de identidad cultural.

Con la amargura de un Grinch caribeño, García Márquez escribió una columna titulada “Estas Navidades siniestras” y la publicó en diversos periódicos del mundo el 23 de diciembre de 1980. En ella habló de la degradación de esta festividad en donde ocurría de todo menos una evocación sensata del nacimiento de Jesús. “Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad”, afirmó. “Hay tantos estruendos de cometas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo”.

Para el autor colombiano, una de las muestras de decadencia de la Navidad en América Latina era el pesebre, pues había dejado de ser un paisaje español en el que reinaban la imaginación y los anacronismos para dar lugar a Santa Claus y a sus renos importados desde los Estados Unidos.

“Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grandes que la Virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación”, escribió en su texto.

La introducción de Santa Claus hizo de las navidades latinoamericanas una fecha propicia para un frenesí comercial que se expresaba la compra de productos sin ningún valor artístico. “Tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad”, se lamentó García Márquez.

En el párrafo final, con la misma acritud de su coronel Aureliano Buendía, Gabo planteó una conclusión espeluznante: la Navidad, tal como se celebra hoy en día, no es una noche de paz y de amor. “Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños —viendo tantas cosas atroces— terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos”.