Autor: Tomeu Mascaró Barceló
Cuando me senté a escribir se fue la luz y quedé a oscuras. Entonces, por el suelo, vi que había desperdigadas unas perlas que brillaban un poco aunque no fueran fosforescentes. Las recogí, pensé que ojalá hubieran sido parte de un collar y decidí reconstruirlo. Será así, me dije. Una perla por cada idea, anécdota y prodigio. Yo pongo el hilo y me encargo de coserlas.
Carmen Balcells Segalà nació en una de las once casas que tiene Santa Fe de Segarra, un agregado de Les Oluges, en Lleida. Aquí vino al mundo un 9 de agosto de 1930, bajo el signo de Leo. Parece que creyó en los milagros, en lo mágico y en la astrología. Ochenta y cinco años después, en 2015, aquí fue enterrada. Entremedias, como canta Antonio Machín, toda una vida. Fue agente literaria.
Llegó a convertirse en la representante más poderosa del planeta y, seguro, la más importante en autores habla hispana. Cambió las reglas del mundo editorial, mejoró las condiciones de los escritores, dio fama y forma al boom latinoamericano, estuvo detrás, como una sombra o una madrina, de seis premios Nobel de literatura, y dos veces fue, con dos de ellos, a la ceremonia de Estocolmo. Ya anciana, en una exhibición de contactos y músculo organizativo, hermanó su pueblo natal con la capital de Colombia. “La vida y la fantasía están por encima de la historia y de todo”, dijo ese día. Hablemos, pues, de la vida y la fantasía.
El hermanamiento se hizo realidad en la época de los proyectos imposibles, cuando en su intento jubilación siguió inventando empresas que habrían dado para otra biografía entera y, al final, incapaz para el descanso, acabó por volver a la Agencia Balcells. Un gran telón anunciaba: “Desde el 8 de setiembre de 2004 Santa Fe de Segarra está hermanada con Santa Fe de Bogotá”. Escrito en mayúsculas, en catalán y castellano y en una tipografía con serif como la de los libros en papel y la del Imperio Romano.
La ceremonia fue pública, con unos doscientos asistentes y con Balcells sentada en un extremo de la mesa de las autoridades. Al municipio remoto, alejado hasta de las líneas más raquíticas de autobuses -desde Cervera, sin ir más lejos, hay dos horas andando- llegaron la embajadora de Colombia, el alcalde de Bogotá y el de Les Oluges, entre otros representantes de “una jerarquía mínima, pero definitiva”, como dijo la misma agente en la presentación del acto. La brisa movía el mantel azul, pero no tiraba los carteles con los nombres; dentro de cada triángulo de papel debieron de haber puesto una piedrecilla, un trozo de escombro, algo, un peso para que no se lo llevara el aire. “Esto es una ficción. Pero ustedes están aquí”, sentenció Balcells cuando le devolvieron el micrófono.
Un año después del hermanamiento, cuando recibió el doctorado honoris causa por la UAB, la “mamá grande” dijo: “Aquella niña se ha hecho mayor y ahora vive de nuevo en Santa Fe, habiendo hermanado su pueblo con Santa Fe de Bogotá. Aquella niña se ha hecho mayor y con zapatos nuevos y ante los paisajes de la Segarra construye casitas literales y literarias. Aquella niña piensa qué hará cuando sea mayor y se pregunta si de verdad la leyenda la sobrevivirá y continuará siendo un personaje de novela”. La retirada, lo hemos dicho, fue una finta, pero algo importante había en esa vuelta a la casilla de salida, como un círculo que está por cerrarse o una espiral que completa una vuelta.
Sobre este regreso, Carme Riera en Carmen Balcells, traficante de palabras cuenta que le confió con absoluta convicción: “Quiero ver el mismo paisaje que veía mi madre, ahora lo sé”, y más adelante, añade: “recuperó de casa de un familiar un enorme telescopio para acercarse a las estrellas, que en el cielo limpio de Santa Fe lucían magníficas, mucho más que en el de cualquier otro lugar y quizá les confió sus cuitas e incluso les consultó sobre su porvenir de manera directa”.
Lo hiciera o no, la representante de García Márquez le tuvo fe a la astrología. Y no una fe abstracta, parecida a la curiosidad del que ojea la sección del horóscopo en un periódico que no ha comprado, sino una fe concreta, presupuestada en sus extensas listas de gastos. Lisa Morpurgo fue una de las astrólogas que durante años trabajó para ella. También fue la primera persona que le dedicó un libro: “A Carmen Balcells, compañera de exploración interplanetaria”. Le mandaba las cartas astrales de familiares, representados, periodistas y amigos, le aconsejaba sobre qué día era mejor para firmar un contrato importante, qué días era mejor evitarlo.
La carta astral o natal es un mapa de cómo estaba el cielo en el momento en que uno nació. Para hacerla basta con tener un lugar y una hora, se puede sacar por internet en menos de cinco minutos. Interpretarla es más complejo; creer, de verdad, que ahí están representados los vientos que soplarán a favor o en contra del barco vikingo que uno dirige como buenamente puede... es otra cosa.
Xavi Ayén, periodista especializado en el boom latinoamericano, recuerda que la lleidetana, a quién conoció personalmente, “tenía guardadas todas las cartas astrales y todas las cintas de casete grabadas por Lisa Morpurgo. También guardaba los billetes de lotería”. A la muerte de Morpurgo en 1998, según explica Riera, le sucedió su discípula Maddalena Magliano, que le siguió mandando las predicciones, como si fueran el parte meteorológico.
“A Carmen le interesaba mucho la astrología, se guiaba por ella en las decisiones importantes”, cuenta Guiomar Eguillor, otra astróloga con la que trabajó. “Lo que buscaba es lo que buscamos todos: consejo en momentos importantes. Ella era una empresaria, fundamentalmente. No consultaba la astrología como chafardeo, sino para cosas muy concretas”, dice en el documental La cláusula Balcells.
Lluís Miquel Palomares es el actual director de la Agencia Balcells y deja claro que él no ha heredado nada de la inclinación de su madre por lo esotérico. Hablando en la sede de la Agencia, rodeados por el panteón de caras de todos los representados en blanco y negro que llenan las paredes, atribuye parte de esta faceta “a la influencia del mundo mágico de Gabo y de la cultura ancestral andaluza de Lola, que es la persona que me crió a mí”. Dolores Carmona, “Lola”, fue la empleada doméstica que durante años estuvo con la familia. Se acabó retirando en una de las casas de Santa Fe junto a su marido, que criaba canarios. Lo esotérico no, pero sí que ha pervivido lo simbólico en el negocio familiar. De entre todos los retratos, sólo uno es en color, más grande que el resto: el de la fundadora. Lo mandó colocar su sucesor cuando, a su muerte, asumió el cargo.
Lo esbozábamos líneas atrás cuando hablábamos de vientos que soplan y de un barco vikingo. La astrología, para los que creen en ella y le dedican un cierto tiempo, no es determinista. Pasado el primer contacto, uno ve que no hay atributos claros y unidireccionales. No se dice que “los libra son indecisos”, ni que “los escorpio son pasionales”, ni tampoco que “a los tauro les encanta la comida”. Todas las personas son todos los signos a la vez, en diferentes proporciones, y también son interacciones entre ellos. Tampoco se afirma con rotundidad: “esta va a ser tu semana del amor”, “este fin de semana un familiar tuyo tendrá problemas con el dinero”, o “cuidado el jueves con la salud, podrías tener un imprevisto”. Más parecida a la meteorología, la astrología prevé días de sol o un tornado, pero nunca esa ráfaga concreta que cruzará de arriba abajo la calle Tallers y que va a girarte el paraguas. El influjo de los astros sería como un viento que sopla, sabe Dios cómo, tan complejo como el viento mismo.
Balcells, con su inclinación por la astrología, estuvo en las antípodas del determinismo. Tuvo astucia, mano de hierro, hizo y deshizo de forma incansable. Nélida Piñon, amiga íntima, en el homenaje póstumo en el Palau de la Música, la definía “rebelde e inconformista, capaz de organizar la vida de las personas y de las cosas”, y también recordaba la impaciencia “con la que pretendía rectificar el rumbo de la Tierra, borrar las imperfecciones que nos abisman”. “Desde primera hora de la mañana -explicaba la escritora brasileña- Carmen se entregaba obediente a un patrón de desmesura que, sin embargo, rebosaba vida. Aunque pecase de excesos, a menudo dictados por su inteligencia descomunal y por los compromisos impuestos por su código moral, actuó siempre en favor de los intereses de la literatura y de su tribu de escritores”.
“Yo, más que generosa, soy dadivosa. Tengo un sentido grandioso de la existencia. Me comporto como me gustaría que fuera la vida”, le decía Balcells a Xavi Ayén. Y Xavi Ayén, años después de aquellas conversaciones, dice: “Llevo trabajando desde el 91 como periodista cultural, he entrevistado a treinta y un premios Nobel… y los mejores momentos de mi carrera profesional han sido con ella. Daba la sensación de estar en el mejor sitio del mundo”. Alguna tecla tocó, algo bien hizo aquella mujer que compró un trozo de monte en Santa Fe de la Segarra y dijo que sería para hacer un helipuerto cuando despegara su proyecto del hotel rural.
Decir que la agente, en la plenitud de sus fuerzas, conquistó el mundo, es una exageración, pero está fundamentada. Hablar de ella como una pieza clave en el engranaje editorial internacional, como una de las constructoras del puente entre Europa y América Latina, está, también, fundamentado. Lo que no hay que hacer es decir que nació y murió en un rincón apartado del mundo. En primer lugar, porque no murió en Santa Fe, sino en Barcelona, en el piso que tenía sobre la Agencia, Avenida Diagonal, 580. Y, en segundo lugar, no hay que decirlo porque el mundo está en todas partes. No hay ningún rincón que esté apartado del mundo. Si uno está aquí, el mundo está aquí, y si se va para allá, para allá que se va el mundo con él. Y un mundo como el suyo atraía al de mucha otra gente, y coches y taxis llegaban hasta el diminuto pueblo de origen medieval.
En su casa había obsequios y adquisiciones, en el jardín flores, estatuas y árboles, cada uno con una placa y el nombre de alguien escrito. Siguen ahí sepultadas las cenizas de Juan Marsé, que pidió que una parte de su cuerpo acabara en la tierra natal de su agente.
Nélida Piñón, en el homenaje, también hablaba del complejo espíritu de su amiga “que aunó la grandeza de una renacentista y de una genuina campesina de Santa Fe”. Sor María, en La Gran Belleza, murmura: “las raíces son importantes”. Hay muchos que, por voluntad propia, viven lejos de casa, pero, ¿cuántos se imaginan enterrados lejos de casa? En nuestra tierra parece haber algo a lo que se vuelve, aunque sea polvo, es el polvo nuestro.
Carmen Balcells fue la mayor de cuatro hermanos en una familia acomodada de campesinos, “con ancestros perfectamente limitados hasta el siglo XII”, según recoge Ayén en Aquellos años del boom. A los veinticuatro años la familia se arruinó, “pasaron de tener unos de los primeros Hispano-Suiza de Lleida, estudiar en Barcelona y tener un piso en Passeig Sant Joan número 1, a no tener nada”, explica su hijo. Tres años después su hermano recuperó los terrenos y continuó con la ganadería. A ella, del origen rural, le quedó la costumbre de seguir las lunas, las estaciones y los ritmos de la tierra; “Siempre tenia el Calendari del Pagès. Lo tenía entre sus papeles, junto a la cama”, explica Lluís Miquel.
Partió, quiero decir, falleció de un paro cardíaco, la noche del 20 de setiembre de 2015; la encontraron en el baño. Había comido con su hijo. Por primera vez en mucho tiempo, sin pelearse, en una conversación “intensa y serena”, cuenta éste en una entrevista a La Vanguardia del 2016. “Me dejó -dice- en un estado de tranquilidad emocional sin el cual, seguramente, no hubiera podido hacer lo que he hecho”; eso es, tomar las riendas de la Agencia y disipar la posible venta que llevaba un tiempo sobrevolándola.
Antes de irse a dormir, Carmen le llamó brevemente para decirle que se iba a la cama, que quería ver los resultados de las elecciones griegas. No llegó a acostarse. El día había sido caluroso en Barcelona. Dos jornadas antes se habían registrado lluvias intensas y dos semanas atrás, otras lluvias más intensas aún habían dejado desperfectos en los comercios locales. Puede que perdurara un aire denso de humedad. Puede que lo mencione en el último de sus 52 cuadernos amarillos que hoy duermen bajo llave.
Si es cierto lo que dice su hijo, sobre la mesita de noche había de tener el Calendari dels Pagesos. Podría ser que lo tuviera abierto en una página del futuro, o en una del pasado, pero, siendo ella, esto último parece poco probable. Lo más verosímil es que lo tuviera abierto en el mes que estábamos, en setiembre, y que hubiera visto que hoy el sol se puso a las 17:52 y que mañana iba a salir a las 5:37, que la luna aparecería en el cielo a la una de la madrugada, una hora más tarde que ayer, y que en tres días iba a empezar el otoño. En las notas adicionales del Calendari puede que leyera los recordatorios a los payeses; ahora (en aquél “ahora”, claro) era el momento de “preparar las tierras para las buenas siembras” y de comprar pollitos porque tardan tres meses en engordarse para las comidas y cenas de Navidad.
Puede que pensara en la Navidad de ese año, el momento de “fletar una multitud de taxis -en varias ciudades y países a la vez- para llevar sus centenares de regalos a los destinatarios”, como cuenta Ayén. Murió, exactamente, no sabemos cómo, pero eso en verdad no se sabe de nadie, y después vino el funeral en la iglesia románica cuya reforma ella había sufragado y el milagro del ordenador que recoge Carles Geli en Último acto mágico de Carmen Balcells. Ella se lo había regalado al párroco, tiempo atrás, pero lo había alcanzado un rayo y los informáticos lo dieron por chatarra. El día de su partida el ordenador volvió a ponerse en marcha solo.
Cuando iba a escribir este texto, por decirlo de alguna manera, se fue la luz, quedé a oscuras y vi que por el suelo había desperdigadas un montón de perlas que brillaban. Las he enhebrado con un hilo para que fueran el collar que yo había imaginado y, ahora, con el collar entre las manos, veo tengo que cortar el hilo y dejar que se esparzan de nuevo. Porque, lo mismo que perlas, también podrían haber sido estrellas y que yo, sin darme cuenta, estuviera tumbado bocarriba. Lo mismo que un suelo con brillantes por ahí tirados podría ser un cielo constelado. Corto el hilo. Que cada cual vuelva a su sitio. Carmen Balcells Segalà, “reina de las letras”, según su epitafio, partió un 20 de setiembre de 2015. El aire era de domingo y de finales de verano y, más arriba, en el espacio interplanetario, soplaban vientos de la Creación que a los vivos ni nos despeinan.
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