Glauber Rocha, García Márquez y la agonía de Franco | Centro Gabo
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Glauber Rocha, García Márquez y la agonía de Franco


Autor: Ricardo Viel 

Redacción Centro Gabo

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Glauber Rocha despertó la mañana de su cumpleaños 31 con la noticia de que el protagonista de la película que estaba filmando había desaparecido. El cineasta brasileño tenía una hernia estomacal, sentía un frío espantoso desde que llegó, dos semanas antes a la Costa Brava, y llevaba días diciéndole a su equipo que iba a dejar el cine porque no tenía la fortaleza que el oficio exigía. Estaba en la cumbre de la carrera, su trabajo era admirado por la crítica y el público, y había mucho interés en lo que estaba produciendo. Era considerado como alguien que podría revolucionar el cine al darle visibilidad la producción fílmica del “tercer mundo”. Desde que en 1967, a los 27 años, rodara Terra em transe, se había vuelto uno de los cineastas más conocidos y admirados en el mundo. El Cinema Novo, movimiento cuyo mayor exponente era Rocha, estaba de moda y los productores Pere Fages y Ricardo Muñoz Suay lo habían convencido, en el festival de Cannes, de hacer por primera vez una película en Europa. Tenían dos argumentos portentosos: libertad total en el tema y desarollo del trabajo, y un presupuesto que Rocha jamás había tenido: 100 mil dólares. Todo parecía bien, pero el cineasta estaba agotado física y anímicamente aquel 14 de marzo de 1970. Soñaba con volver a su tierra, al calor del noreste de Brasil, y descansar para quizás hacer su última película. O ni siquiera eso. 

El rodaje de Cabezas Cortadas, su proyecto más reciente, le estaba resultando más complicado de lo previsto; el invierno europeo, la tramontana, las dificultades de los actores y del equipo para entender su método de trabajo, el problema estomacal, todo era un peso. Encima, Paco Rabal, consagrado actor y estrella de la película, después de un día especialmente duro en el que tuvo que rodar en la lluvia durante horas, se marchó a Barcelona. Al parecer, salió por la noche a cenar, regresó tarde, el gerente del hotel no se despertó para abrir la puerta y él, cabreado, tomó su coche y se marchó.  

“Rocha dice que prefiere no rodar hoy porque no tiene muy clara la escena, lo que es cierto, aunque la verdad sea que, hasta el momento del rodaje, nunca tiene clara la escena (...). Este método de trabajo, que sin duda domina, resulta extremadamente incómodo para sus colaboradores”, anota Augusto Martínez Torres en los diarios de rodaje de la película, publicados con el título Glauber Rocha - Cabezas cortadas (Anagrama). La entrada es del día del cumpleaños del cineasta brasileño. Torres, quien posteriormente haría cine y escribiría novelas, había sido llamado a ser guionista de la película, pero a mitad de camino le informaron que los planes habían cambiado y que Rocha escribiría el guión. Aceptó entonces trabajar como asistente de dirección y tomar apuntes para un futuro diario de rodaje. Terminó siendo testigo de un trabajo caótico.    

La llegada de Gabriel García Márquez al hotel en Gerona donde se hospedaba el equipo de la película le dio cierta alegría al brasileño. Venía a celebrar el cumpleaños de su amigo. Se conocían desde hacía años y se admiraban, los unía el amor por el cine, el interés por la política, el hecho de ser latinoamericanos y, además, compartían la obsesión por un tema: la vida de los dictadores. Cabezas cortadas cuenta la historia de un tirano de un país inventado, Eldorado, que está exiliado en Europa y repasa su vida mientras espera la muerte. García Márquez, que ya era uno de los escritores más leídos en el mundo después del éxito de Cien años de soledad y llevaba un par de años viviendo en Barcelona, en aquel momento trabajaba en una novela sobre la soledad y la agonía de un longevo dictador caribeño, la que sería El otoño del patriarca. Durante el tiempo en que Rocha estuvo en Cataluña, coincidió con García Márquez varias veces. En un almuerzo presenciado por Cacá Diegues, otro cineasta brasileño del Cinema Novo, el escritor empezó a hablar de la novela que estaba escribiendo, interrumpió la idea, se dio tres golpecitos en la boca, y dijo: “Cállate, cállate, que Glauber está haciendo una película así”. El brasileño le dijo que jamás llevaría a la pantalla una novela suya, pero siempre que fuera oportuno, incluiría algún elemento tomado de sus libros.

“Barcelona, modelo de Buenos Aires. Ayer estuve charlando con García Márquez hasta alta madrugada. Él está escribiendo una novela sobre un dictador que vive doscientos setenta y cinco años. Un día el dictador se despierta y cree que los loros están conspirando en contra de él y manda matar todos los loros del país”, escribe Rocha en un texto publicado al principio de 1971 en Pasquim, una publicación brasileña que trataba de saltar la censura que había en el país en aquel entonces. 

“La película no trata del apogeo de un dictador, sino de su decadencia. Sobre la larga muerte de Franco. Hice el filme en la misma época en que García Márquez escribía El otoño del patriarca. Él estaba en Barcelona y nos hicimos amigos. Saqué la película en 1970 y él apenas publicó su libro en 1975. Cabezas cortadasEl otoño del patriarca fueron dos obras, una literaria y la otra cinematográfica, sobre el mismo tema: la muerte de Franco”, dijo Glauber Rocha a Miguel Pereira, crítico de cine brasileño, en una entrevista que se publicó, en parte, en el periódico brasileño O Globo en 1979. La charla completa sería publicada en 2006 en una publicación académica.

 

El amor por el cine

 

“Gabo está fascinado por el cine, estuvo curioseando en el rodaje. A veces se acercaba con ganas de leer mi guión, hasta que le dije que no tenía guión, que todo era pura improvisación”, cuenta Rocha, que se presenta como un “reportero fracasado”, en un texto donde entrevista a García Márquez para el ya mencionado Pasquim. “Claro, un texto literario de calidad es imposible de filmar. Nada es más anticinematográfico que una novela. Una película basada en un guión no es más que una ilustración, que puede estar bien hecha, pero siempre perderá dimensión. Un poema es más cercano a una película. Si fuera cineasta rodaría como se escribe un poema: inventando imágenes”, contesta el colombiano. En la nota, el cineasta dice ser “amigo de uno de los novelistas más conocidos del mundo” y bromea que pensaba que cobraría una buena pasta con aquella exclusiva mundial. Cuenta que conoce al colombiano desde que era un escritor desconocido, que vivía de escribir guiones para películas mexicanas y de trabajar para una revista. Cansado de redactar tramas absurdas y torturarse cada vez que le pedían modificaciones a su trabajo, García Márquez se sentó a escribir Cien años de soledad, anota el cineasta en su faceta de reportero. “Decidí escribir Cien años de soledad contra los productores de cine de México. Le cogí odio al cine (...) Antes había escrito unas novelas muy buenas, pero no era lo que quería. Soñaba con escribir para cine y por ello fui a hacer un curso imbécil en el Centro Experimental de Cine, en Roma, donde van ilusionados todos los jóvenes cineastas del tercer mundo. Luego pensé en ser contratado por Hollywood, una vez que trabajaba en la frontera con los Estados Unidos. Pero un escritor con un mínimo de dignidad no puede escribir para cine. El cine industrial es una cosa estúpida”.   

En la entrevista, que ocupa tres páginas de la revista y viene acompañada de fotos del escritor en la Costa Brava, además de cine y política, se habla de la literatura que están haciendo los latinoamericanos. Y García Márquez adelanta algo del libro que está escribiendo: “Es la biografía de un dictador latinoamericano que vive doscientos setenta y dos años. Este dictador tiene la manía de escribir poemas de amor, y pasa horas y horas componiendo los versos más vulgares que se hayan escrito en la lengua española. Decide también construir un asilo para otros dictadores depuestos porque todos están perdiendo la cabeza. Leí todo sobre las dictaduras en América Latina. El auge de la locura del imperio romano no fue nada comparado con lo que pasó en el Caribe”. 

 

Censura

 

Presentado con el título provisional de Macbeth 70, el proyecto de Rocha superó la censura del franquismo e incluso recibió el sello de “interés especial”, lo que le garantizaba una subvención de al menos el 25 % del costo total de la película. Una semana después del cumpleaños del director, se grabaron las últimas escenas, muy distintas a la idea original, a la propuesta presentada a la Dirección General de Cinematografía y al guion que había recibido tanto el equipo técnico como los actores. En el primer borrador, Glauber Rocha hace una alusión al Quijote y propone rodar algunas escenas en La Mancha. La segunda propuesta ya no menciona la obra de Cervantes y cuando llega a Cataluña el cineasta brasileño abandona la idea de rodar en el centro de España.

Según cuenta Esteve Riambau en su biografía sobre Ricardo Muñoz Suay, durante el montaje de Cabezas cortadas el director tenía tantas dudas e hizo tantos cambios en la película que dos de los productores, Pere Fages y Jacinto Esteva, decidieron abandonar el proyecto. Muñoz Suay, desde Profilmes, fue quien lo asumió completamente. 

En el dossier de prensa, Rocha explica así su obra: “Es una película entre el teatro y la poesía. Lo importante en Cabezas cortadas no es el argumento, sino el valor plástico, sonoro y dramático de cada escena (...). En este momento el cine tiene dos opciones: hacer películas para entretener a las masas, utilizando técnicas académicas, o hacer películas de denuncia social y política, buscando nuevas formas de expresión. Cabezas cortadas es un ejemplo del segundo caso”.

El estreno mundial de la película fue en 1970 en el festival de San Sebastián sin la presencia de Rocha, que estaba en un viaje por el Chile de Salvador Allende. El elenco de Cabezas cortadas tuvo que enfrentarse en solitario a la recepción poco amigable del público, que según algunos relatos solo aplaudió cuando Paco Rabal, en el papel del dictador, dice que aquella era una historia sin pies ni cabeza, llena de ruido y furia, contada por un idiota y que no tiene sentido. Un discurso en el que se mezclan Shakespeare y Faulkner, pero que fue interpretado por parte del público como una referencia a la propia y compleja película, una de las menos exitosas de Rocha. Aunque haya sido señalada por algunos, como Muñoz Suay, como una gran obra, la recepción de la mayoría de la crítica fue devastadora. “Toda la película se reduce a alegorías incoherentes e indescifrables  (...). A fuerza de absurdos, estos simbolismos no entretienen, ni emocionan, ni convencen. Sólo producen asco, náuseas, aburrimiento”, escribió un crítico. Otro dijo que la película era “voluntariamente grotesca, chillona, sucia, fea, chirriante, tosca, poco desarrollada, inconexa, caótica y molesta”. Cabezas cortadas no es ni una obra mal hecha e incomprensible, como se dijo; tampoco una obra maestra, como otros comentaron, dijo la crítica Nuria Vidal años después, cuando se hizo una retrospectiva de la producción del brasileño. “No es una experiencia aislada en la filmografía de Rocha (sus puntos de contacto con Terra em TranseAntonio das Mortes son múltiples) pero sí lo es en la cinematografía española, donde se sitúa como una auténtica rara avis”, agrega. 

En una carta al cineasta, Muñoz Suay dice que la película tuvo una “vida difícil pero honrosa” en Madrid y Barcelona. “Sabes bien que yo no hice la película para ganar dinero, pero me preocupa que Palomares [el dueño de la productora] lo pierda. Palomares tenía el compromiso de poner 4 millones de pesetas. Con la deserción de Fages y Jacinto ha tenido que poner, hasta ahora, 7 millones y pico”, cuenta el productor. Rocha contesta diciendo que las preocupaciones por la película le habían ocasionado una úlcera gástrica: “Sufrí mucho a causa de esa película, porque pensaba que te había decepcionado, lo que me deja jodido. Después porque Pere Fages abandonó la película y ni siquiera me escribió para decirme lo que pensaba. Y a Gabo, ¿qué tal le pareció? Eso de rodar en otro país es muy complicado”. 

Si en la España de Franco el film no tuvo problemas con la censura, en Brasil -que estaba bajo una dictadura militar- se prohibió su exhibición hasta 1979. 

 

Ascenso y caída

 

Cuando coincidieron por un par de meses en Cataluña, Glauber y Gabo eran dos de los mayores exponentes de la cultura latinoamericana. Si el cine y la literatura de Sudamérica estaban de moda aquél momento -y lo estaban-, era mucho por lo que habían producido esos dos artistas. Pero la carrera del brasileño, contrario a la del colombiano, caería en picada y terminaría pronto. Eduardo Escorel, montajista de Cabezas cortadas, recuerda haber llegado a Barcelona tras finalizar el rodaje. Pasó una noche con García Márquez, en una cena donde acompañaba a Rocha. Los brasileños se pusieron a trabajar en la película, pero durante aquellos días el cineasta recibió una noticia que sería un batacazo en sus planes: León de siete cabeza, un filme que había rodado en África con una productora italiana, fue rechazado en Cannes, festival donde el brasileño había recibido el premio de mejor dirección (ex-aequo) con Antonio das Mortes. “Recuerdo que Glauber estaba muy inquieto en aquella época, que hizo muchos viajes durante el montaje y teníamos que arreglar muchas cosas por teléfono. Fue un momento muy traumático para él, porque no contaba con la posibilidad de no volver a Cannes. Fue una decepción muy grande y la verdad es que nunca levantó cabeza”. Escorel entiende que ese fue el inicio de una serie de crisis personales y profesionales por las cuales pasaría el cineasta brasileño, que le harían sentirse cada vez más solo. “En cinco años, de Tierra en Transe Antonio das Mortes, él logró ascender y se volvió un cineasta respetado internacionalmente. A partir del rechazo de Cannes, entró en una espiral de la que creo que nunca fue capaz de salir o siquiera reflexionar sobre ella”. 

Glauber Rocha nunca volvió a producir una película en Europa, no regresó a los grandes festivales, no pudo hacer otra obra que fuera reconocida como las anteriores. En el intercambio de cartas que mantuvo con Muñoz Suay, se perciben sus dificultades para llevar adelante algún proyecto. También habla de las peleas que tiene en Brasil por cuestiones políticas e ideológicas, y no deja de compartir ideas para nuevas películas o de pedir apoyos para hacerlas. Esteve Riambau, en la biografía de Muñoz Suay, habla de la correspondencia entre este y Rocha: “El torrente de proyectos que surgía de la cada vez más bulliciosa cabeza del realizador brasileño era tan disperso como inagotable. En su periplo, sabía que tenía en [Muñoz Suay] un interlocutor cada vez menos capaz de producirle, pero siempre dispuesto a escucharle”. En una de las últimas cartas que le escribe a su amigo, pocos meses antes de morir, habla de un proyecto ambicioso que tenía: una película de cuatro horas que partiría de los mitos griegos y sería “una nueva Ilíada y Odisea”. Dice que le gustaría rodar en el sur de España, pregunta si Salvador Dalí estaría disponible para aparecer en el film, y que necesitaba un presupuesto de 1 millón de dólares para hacer “una película para el futuro” que sería una obra con “gran valor literario” y podría desdoblarse en otras plataformas como novelas y cómics“Necesito un productor que financie el guión, un trabajo de 2 a 3 meses, porque tengo que viajar a España para ver locaciones”. 

El funeral de Rocha en Brasil causo conmoción. Se había peleado con la mitad de sus amigos pero estaban todos ahí. Hubo quien dijo que murió de tristeza (oficialmente falleció por una infección en el pulmón). Murió a los 47 años, sin ver su país libre de la dictadura ni a su amigo colombiano hablar sobre la soledad de América Latina en su discurso al recibir el premio Nobel de Literatura, en Estocolmo, en 1982. Muñoz Suay escribió un obituario para El País que terminaba así: “Ahora, en estos últimos meses, vivía en Sintra, Portugal, en espera de iniciar un filme producido en Portugal. Hace unos quince días me mandó su última misiva, llena de delirios, con el afecto y la cordialidad de siempre. Y me envió su último libro, Revolução do cinema novo. Releo el título de su último capítulo: «Están confundiendo mi locura con mi lucidez»”.

 

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