Autor: Xavi C. Ribot
Gabriel García Márquez llegó a Barcelona a conocer el origen del único personaje real de Cien años de soledad: Ramon Vinyes, el sabio catalán.
1913. Vinyes lanza los últimos ejemplares de sus prosas líricas L’ardenta cavalcada, La ardiente cabalgata, y su obra de teatro Rondalla al clar de lluna, Rondalla al claro de luna, por la borda del vapor que lo lleva a Colombia a trabajar en la empresa Ciénaga Correa Hermanos. Él mismo dice: «Barcelona me tiene harto». Quiere romper con la literatura, que solo le da disgustos. Una pasajera italiana le presta la Divina comedia, de Dante, y su reconciliación queda sellada para siempre.
1914. Ramon Vinyes, Xavier Auqué Masdeu i Pau Vila i Dinarès, los tres catalanes, abren la famosa librería y sala de arte R. Viñas & Co. en Barranquilla, donde también se venden juguetes, productos de papelería y postales. El lugar se convierte en un punto de encuentro de un primer Grupo de Barranquilla, desde el que se funda la no menos famosa revista Voces (1917-1920), de gran importancia literaria y cultural en ese momento para Colombia y para todo el continente latinoamericano.
1923. Se incendia la librería. Vinyes se había casado con María Salazar y ambos se encontraban de viaje de novios por Europa. Tienen que volver precipitadamente a Barranquilla. Unos dicen que fue un accidente y otros que fue provocado. Él decide no reabrirla.
Ramon Vinyes se convirtió en un mito en Barranquilla, una leyenda viva que mantiene todavía hoy toda su vigencia en la capital del Atlántico, donde ejerció como librero legendario, activista cultural, periodista, crítico literario, profesor y tutor de las tertulias literarias del llamado Grupo de Barranquilla, el segundo, de los cuatro despotricadores en que se convirtieron Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas Cantillo, Álvaro Cepeda Samudio y el mismo Gabriel García Márquez. En ese momento eran simplemente unos amigos, muy jóvenes, unos bochincheros, parranderos, tomatragos y mujeriegos que llegaron de su mano desde el chisme, el bochinche, el comadreo, la rumba, la habladuría hasta la gran literatura. Es cuando Gabito inició su itinerario periodístico primero en Cartagena de Indias y después en Barranquilla.
Durante las estancias de Ramon Vinyes en Barranquilla, el punto de conexión de Colombia con el mundo era su puerto; en sus primeros viajes, Vinyes llegaba por Puerto Colombia y la última vez, en 1940, ya por Bocas de Ceniza. Es una ciudad que no es fruto de la conquista, un «sitio de libres», cosmopolita, de emigrantes, a la que llegan alemanes, italianos, franceses, holandeses, árabes –sobre todo sirios, palestinos y libaneses–, judíos, japoneses, españoles, catalanes y los chinos que construyen el canal de Panamá, entre otros. Como dice Ramón Illán Bacca: «La ciudad más libre de Colombia porque no tiene obispo». La Puerta de Oro, como la llaman, es por donde entra la modernidad al país: la radio, la aviación, el comercio, las expresiones culturales que procedían del extranjero. Y en su Cementerio Universal se entierran las personas de cualquier religión.
Una ciudad, la capital catalana, que tradicionalmente, en el último siglo, también ha sido un polo de atracción para los emigrantes iberoamericanos. Un fenómeno no nuevo, que sigue produciéndose, y que en este caso empezó a manifestarse a partir de mediados del siglo XX coincidiendo con el estallido del boom literario hispanoamericano. Barcelona se convirtió, gracias a la agente literaria Carmen Balcells, en la capital de la edición mundial en español. Aquí llegaban la mayoría de los escritores que se encargaron de modernizar la narrativa realizada hasta el momento, con la nueva novela hispanoamericana. El premio Nobel de 1982 otorgado al colombiano Gabriel García Márquez surgió de Barcelona. El peruano Mario Vargas Llosa no se lo explicaba:
–¿Por qué se lo dieron a Gabo y no a mí?
La respuesta de Carmen Balcells, que cita Xavi Ayén en Aquellos años del boom, es contundente, definitiva, para derrumbar a cualquiera:
–Mario, tú eres el mejor, pero Gabito es un genio.
Todo lo demás es literatura.
No obstante, no fueron solo escritores los que empezaron a llegar a la capital catalana a finales de los años sesenta y en los setenta. Y la dictadura del general Francisco Franco no fue ningún obstáculo para su arribo. La autarquía española ya se encontraba en su ocaso, en el crepúsculo de la mar decadente que encontramos ambientado en la obra del cataquero que escribió durante su estancia en la ciudad: El otoño del patriarca.
Se produce lo que el escritor catalán Avel·lí Artís Gener, Tísner, que se exilió en México, el traductor de Cien años de soledad convertida en Cent anys de solitud, describe en su novela Paraules d’Opòton el Vell, Palabras de Opoton el Viejo. Los iberoamericanos, huyendo de las sangrientas dictaduras de sus países, llegaban en esos años, y siguen llegando en los actuales, a hacer las Españas, lo contrario de lo que hicieron los españoles y portugueses en la América Latina tras el supuesto descubrimiento de Cristóbal Colón y sus repercusiones, que los colombianos, por ejemplo, prefieren denominar un encuentro de culturas.
Gabriel García Márquez llegó a Barcelona en el año 1967, justo en la cresta de la ola del gran éxito que supuso la publicación de Cien años de soledad ese mismo año. Y se encontró una Barcelona gris, mediocre, aletargada, bajo el yugo castrador de la dictadura fascista de Franco. Era una ciudad, una sociedad, en blanco y negro, sumisa y perdida en ella misma, donde la ley de vagos y maleantes hacía estragos, sobre todo entre las personas homosexuales y transexuales, que eran lanzados por la ventana de la comisaría de la Policía Nacional de la vía Layetana, y el barrio Chino, el actual Raval, estaba en plena efervescencia con toda su multivariada fauna.
Lo primero que hizo el colombiano en Barcelona fue visitar la ciudad natal de su mentor imprescindible, Berga, una población situada en el Pirineo, muy próxima a la Bagà de su cuento El noi de Bagà, El chico de Bagà, relato que aparece en la colección A la boca dels núvols, A la boca de las nubes. En esta obra y en Sambes i bananes, Sambas y bananas, se encuentran reunidos todos sus cuentos, en los que Ramon Vinyes emplea una de sus máximas literarias que después García Márquez aplica como propia: «La literatura es el mejor juguete que se ha inventado para reírse de la gente». La sátira del trópico es indudable en algunos de estos relatos, lo que Ernesto Volkening llama «el trópico desembrujado», en otros el protagonista es el exilio y el relato gótico también asoma la cabeza. El chico de Bagà es un muchacho de pueblo que cambia los Pirineos catalanes por los Andes colombianos. El protagonista ya no vive con los miembros de su especie, sino solo acompañado por una vicuña. Es como Vinyes, un trasterrado, un traspasado, un desplazado, un trasplantado sin ánimo de cambiar su vida, la primera vez que se fue a Colombia, a Ciénaga, por desencanto con la cultura barcelonesa, no por exiliado. El chico se enamora perdidamente de una «galeota libanesa», una «maturranga», que después lo abandona por otro. Entonces, se encuentra con una llama en la que ve los ojos de la libanesa pidiéndole perdón y diciéndole que solo le ha amado a él. La llama muere, pero aparece otro milagro, tan absurdo y «estrambótico» como el primero, tal como dice Vinyes: «Un milagro de locura definitiva que se podría llamar –si el otro se llamó el milagro de la llama guanaca– el milagro de la vicuña». El chico de Bagà es el primero en amansar una vicuña; para él fue el «destino», su «destino»: «La vicuña, también por primera vez, prefería la compañía del hombre a la de los suyos». «He triunfado y seguiré triunfando», acaba diciendo el bergadano. La llama y la vicuña son dos camélidos, como dos hermanas, como las que aparecen en otros cuentos de Vinyes, en Recuerdos, al alba y ¡Muy bien casado en América!, o las dos solteras de El Albino y las dos ricas estadounidenses de El hombre de las cuatro sombras. La misma obsesión que García Márquez tiene por los gemelos.
La intención de Gabo era escribir en Barcelona una novela de dictador. Otros escritores, como Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias o Mario Vargas Llosa ya habían escrito la suya. Esta modalidad literaria la había iniciado el español Ramón del Valle-Inclán, precisamente durante su estancia en México, con la obra Tirano banderas. Un México de donde provenía el mismo García Márquez, tras su exilio, tras su salida precipitada de su adorada Colombia aconsejado por su amigo Álvaro Mutis, que ya vivía allá, a causa de la persecución que sufría en su patria. Gabito llega a Barcelona empujado por su agente literaria, Carmen Balcells, y con el recuerdo de su mentor y maestro imprescindible en Barranquilla, en el Caribe colombiano, Ramon Vinyes, el único personaje de Cien años de soledad que no ficcionaliza pasado por la imaginación, lo retrata tal como era en la realidad.
Gabo quería conocer Barcelona, Cataluña, de donde también eran amigos suyos en México. Incluso escribió un cuento, recogido en Doce cuentos peregrinos, sobre la fortaleza del viento del norte, al que aquí llamamos tramontana, titulado así, situado en Cadaqués, en el Ampurdán, muy cerca de la frontera con Francia, donde quiso comprarse una casa, como en tantas otras partes. En El otoño del patriarca, el cataquero sitúa una cantidad de vacas en la mansión del dictador. Esta es una imagen que García Márquez toma de Ramon Vinyes, del cuento Un caballo en la alcoba, el último que escribió antes de morir en Barcelona en 1952, el único en castellano de toda su obra, y que envió a Germán Vargas para que fuera publicado en el semanario del grupo, Crónica, dedicado a Gabito. Recientemente, ha sido llevado a la gran pantalla en un cortometraje de Darío Vargas, hijo del mismo Germán Vargas. Una vaca que también aparece en uno de sus artículos de ficción o cuentos incluidos en su sección «La Jirafa» de El Heraldo, de Barranquilla, que firma con el seudónimo de Septimus siguiendo al loco personaje de Mrs. Dalloway, de Virginia Wolf, publicada en abril de 1951, que se titula No era una vaca cualquiera, y en el cuento Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo.
El cataquero planta vacas, como las que hay en su tierra, en vez de caballos, como el bergadano, pero el efecto es el mismo. Es un ejercicio de estilo que García Márquez retoma en La verdadera historia de Nus, publicado el 6 de septiembre de 1950 en otra de sus jirafas. En ambos cuentos seduce la mezcla de elementos fantásticos con una narración realista de la vida cotidiana, lo que prefigura uno de los elementos de magia de Cien años de soledad y, por extensión, del realismo mágico. Gabo aplica otra máxima que le recomendó el mismo Ramon Vinyes en Barranquilla: “Cuando la imaginación se mezcla con la realidad adquiere un vigor extraordinario”.
Anotamos que en otro de sus cuentos, Un señor muy viejo con unas alas enormes, García Márquez hace una clara referencia a la obra de teatro de Ramon Vinyes Ball de titelles, Baile de máscaras. El escenario de la obra, que fue publicada en Barcelona en 1936, curiosamente, está relacionado con un ámbito muy conocido en el grupo de los amigos de Barranquilla: un burdel. Aunque lo parezca, no se trata del ángel caído, sino del ángel que procede directamente del paraíso, no es un ángel religioso, cristiano, en realidad es un extraterrestre. Un elemento, el burdel, que también encontramos en el cuento del bergadano La mulata Penélope.
El protagonista, el propio Ramon Vinyes, es llevado a un burdel de alto copete por un amigo. Al entrar, es presentado como un «gran literato internacional» a la negra Penélope, la madame del lugar, personaje que se basa en la famosa madame de Barranquilla la Negra Eufemia. La mulata Penélope es una mujer ilustrada porque le asegura que ha leído muchas cosas suyas que le han complacido. Incluso compara su fama con la de la Penélope de La Odisea, de Homero. Siguiendo con su sarcasmo, Vinyes explica que le presentan a una de las mujeres del local, se llama Aspasia Garcilaso, que recita sonetos de ilustres literatos españoles: Sor Juana Inés de la Cruz, Menéndez y Pelayo y el Beato de Ávila. Por el burdel pasan diplomáticos, financieros, ministros, millonarios, ricos comerciantes y todas las mujeres están especializadas en estos temas: Margarita de Austria, Dorotea Rondón, Nati de Fontañac, la Peli y Pimpinela Escarlata. Este es el título del mismo libro que salió a colación en la famosa conversa que Gabriel García Márquez y Ramon Vinyes mantuvieron en el Bar Japy de Barranquilla cuando este le preguntó si lo había leído. ¿Conocía Gabito el cuento del maestro catalán? Seguramente, sí.
El narrador del cuento aprovecha para lanzar una de sus conocidas venganzas: «El único que discrepa un poco en el concierto de la corrección, de violín y fagot y de clavicordio es el general retirado, conspirador y bardo; una especie de colchonero capaz de levantar a pulso un tronco de ceiba milenaria». ¿Será el general Eparquio González, el que expulsa a Ramon Vinyes de Barranquilla en 1925 por «extranjero indeseable» al ponerle una trampa para acusarle de homosexual? Y Aspasia continúa con las referencias a los personajes de La Odisea como si se tratara de un ambiente literario: «Les servimos a algunos el Homeri nepente, el nepente que Telémaco bebió en la corte del rey Menelao, según Homero. Helena vació las copas de los invitados para que olvidaran los duelos de los recuerdos de Troya. Helena lo había recibido de la egipcia Polidamna, esposa de Thonis. A otros los conducimos a una especie de estado nirvánico. En nuestras manos son alcanfor forjado al fuego: se disuelven, se materializan, sienten la divinidad…» Esta droga del olvido procede de la literatura y la mitología antigua donde se atribuye como originaria de Egipto. Gabriel García Márquez la convirtió en la peste del olvido. El sabio catalán compartía con Gabito una determinada manera de ejercitar el absurdo, surrealista.
Gabo se fue, aunque su huella queda bien silueteada en Barcelona, donde se puede reseguir, y se resigue, con toda claridad. De hecho, sus hijos conservan todavía su apartamento en el Paseo de Gracia y sus amigos barceloneses, y son asiduos visitantes de la ciudad mezclados entre la multitud. Con lo que no contaba el Nobel colombiano es que el sueño que le vendió Ramon Vinyes se le hiciera realidad en su misma ciudad, Barcelona, en donde se le unieron Mediterráneo y Caribe como las dos mares hermanas inseparables, mellizas.
Gabriel García Márquez no podía vivir sin ellas. Para él y para tantos otros, sobre todo los iberoamericanos que siguen atravesando el Atlántico para hacer las Españas. Así, llegados hasta aquí, la pregunta es la siguiente: ¿Qué buscan los iberoamericanos, los colombianos, por ejemplo, que se trasladan a Barcelona aún hoy en día? Exactamente lo mismo que buscaba Gabito. Hacer posible sus sueños. Pero, como dice Calderón de la Barca, los sueños sueños son.
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