La mujer que le presentó los grandes clásicos de la literatura a Gabriel García Márquez.
Cuando Gabriel García Márquez era apenas un niño al cuidado de sus abuelos maternos en Aracataca, todos los cuentos de hadas ocurrían en Caracas. La Cenicienta perdía su zapatilla de cristal en una fiesta de gala de El Paraíso, la Bella Durmiente esperaba el beso de su príncipe azul a la sombra del Parque Los Caobos, Genoveva de Brabante y su hijo Desdichado se refugiaban en una cueva de Bello Monte, y Caperucita Roja era devorada por un lobo llamado Juan Vicente El Feroz.
La responsable de estas asombrosas modificaciones geográficas era Juana Alcalá de Freytes, una vecina de García Márquez que todas las tardes entretenía a los niños del barrio con historias ambientadas en su país natal: Venezuela. En “Memoria feliz de Caracas”, un artículo publicado el 7 de marzo de 1982 en El Espectador, Gabo la describió como una “gran mujer” que pobló de fantasmas los años más dichosos de su niñez. “Era inteligente y hermosa, y el ser humano más humano y con más sentido de la fabulación que conocí jamás”, escribió. “Todas las tardes, cuando bajaba el calor, se sentaba en la puerta de su casa en un mecedor de bejuco, con su cabeza nevada y su bata de nazarena, y nos contaba sin cansancio los grandes cuentos de la literatura infantil. Los mismos de siempre, desde Blanca Nieves hasta Gulliver, pero con una variación original, todos ocurrían en Caracas”.
Juana y su marido, el general Marco Freytes, llegaron a Aracataca el 28 de agosto de 1926 y se instalaron en la actual calle de Monseñor Espejo, frente a la casa del coronel Nicolás Márquez Mejía, el abuelo materno de Gabriel. Habían huido de Venezuela por culpa de la dictadura de Juan Vicente Gómez y ahora trataban de salir adelante en aquel pequeño pueblo del Caribe colombiano, por entonces uno de los más prósperos de la región gracias a la bonanza bananera que trajo consigo la presencia de la United Fruit Company.
Desde el principio, Juana tuvo un papel importante en la vida de Gabo. Fue ella la que salvó al futuro nobel de ser ahorcado por el cordón umbilical cuando la partera titular, Santos Villero, se equivocó durante el parto. “Misia Juana de Freytes, que hizo su entrada providencial en la alcoba, me contó muchas veces que el riesgo más grave no era el cordón umbilical, sino una mala posición de mi madre en la cama. Ella se la corrigió a tiempo”, relató el escritor en sus memorias, Vivir para contarla. Aquel mismo día, el 6 de marzo de 1927, Juana de Freytes propuso un tercer nombre para el recién nacido: Gabriel José de la Concordia, pues su venida al mundo iba a reconciliar al padre, Gabriel Eligio, con la familia de la madre (especialmente con el coronel Nicolás Márquez, pues no aprobaba la relación que Gabriel Eligio había entablado con su hija). Al final, cuando Gabo fue bautizado, olvidaron incluir este tercer nombre.
Para García Márquez, Juana de Freytes era “una matrona rozagante que tenía el don bíblico de la narración”. Ella no solo lo entretuvo con cuentos infantiles, sino que también adaptó grandes clásicos de la literatura como la Odisea, Orlando Furioso, Don Quijote y El conde Montecristo. Se trató de una mujer tan influyente en su vida de escritor como William Faulkner y Virginia Woolf.
Muchísimos años después, en agosto de 1994, durante una cena junto a Bill Clinton, Carlos Fuentes y William Styron, García Márquez le contó al presidente de los Estados Unidos que su libro preferido era El conde de Montecristo. Cinco años más tarde, en un artículo para la revista Cambio, explicó esta revelación: “El conde de Montecristo, del francés Alejandro Dumas, es una bella adivinanza para lectores acuciosos. ¿Cómo pudo lograr el autor que Edmundo Dantés, un marinero ignorante y pobre, escapara de una fortaleza infranqueable convertido en el hombre más rico y culto de su tiempo? La solución genial de Dumas fue que cuando Dantés entró en el castillo de If –condenado por las intrigas de tres enemigos mortales– ya estaba dentro el abate Faría, que era en realidad el personaje que el novelista necesitaba: uno de los hombres más ilustrados, ricos y mundanos de su tiempo. Habría sido inverosímil que Edmundo Dantés se convirtiera en el protagonista ideal aun estando en libertad y por sus propios e ínfimos recursos. Pero mucho menos creíble hubiera sido que lo lograra dentro de la cárcel. Sin embargo, así fue”.
Quizás toda esa fascinación por la novela de Dumas empezó antes de leerla, en Aracataca, cuando oía de niño una trama caraqueña de Edmundo Dantés narrada por Juana de Freytes.
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