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En los cincuenta y cinco años de Cien años de soledad

En los cincuenta y cinco años de Cien años de soledad

Redacción Cent…

Tue, 09/09/2025 - 21:06

Por: Ariel Castillo Mier

 

En el quinto piso y medio de su edad, Cien años de soledad sigue siendo un libro inagotable que se abre como una caja mágica de la cual se desprenden innumerables prodigios, desapercibidos o imperceptibles en lecturas anteriores, y la metáfora viva de Macondo, abierta a múltiples interpretaciones y rica en sugerencias, que continúa develando la otra cara de la realidad colombiana y latinoamericana. El simbolismo de Macondo permite a García Márquez no sólo trascender el esquematismo de la alegoría, sino, al mismo tiempo, liberarse del lastre del realismo social y sicológico del siglo XIX, mediante el ejercicio deliberado de la imaginación como eje de la creación literaria. De allí que los estudiosos hayan visto en la novela una especie de Biblia de la América latina con su génesis y su apocalipsis, abarcando los exódos y las plagas pestilentes de los prepotentes e ineptos políticos nacionales y el imperialismo económico.

En un continente descuadernado por la violencia y su eterno presente de penuria y depredación, debidos a la inepcia de sus gobernantes y a la falta de solidaridad de sus habitantes resignados a una historia de sucesivos e incesantes fracasos, la novela llegó hace 55 años para llenar un vacío: la ausencia de una memoria común, de un texto que tejiera un espacio apto para el encuentro de nuestras afinidades y la superación lúcida de las diferencias, un ámbito habitable, una casa de puertas abiertas con sus espejos y sus hamacas y sus acordeones trashumantes.

Cuando la novela latinoamericana tenía incómodos a sus lectores con la heterodoxia narrativa del boom – los laberintos verbales, los juegos con el tiempo, la fragmentación del espacio, la multiplicidad de perspectivas y la acumulación de alusiones eruditas en diversos idiomas, entre otros rasgos-, Cien años de soledad llegó para satisfacer una necesidad humana ancestral: el insaciable apetito por el relato interesante y enigmático que, dotado de una íntima coherencia (sin hilos sueltos) y un poder de convicción irresistible, se apropia de la realidad y la proyecta cargada de suspenso y significación.

No sobra señalar que ese suspenso de la novela no solo se da al nivel de las acciones, sino asimismo en cada frase. Es tal la elaboración verbal de García Márquez  que cada página nos sorprende con sus aciertos, sobre todo, en el terreno de la adjetivación, lo que le confiere al texto una gran plasticidad para que el lector imagine con precisión los sucesos. La riqueza del lenguaje, la belleza y la felicidad del estilo, la sensorialidad de las descripciones de lo más cotidiano logran, a menudo, un efecto de extrañamiento al mostrarle al lector de manera asombrosa lo más común -los imanes, la pianola, una lupa, la cola cartilaginosa de un cerdo, un bloque de hielo, una dentadura postiza en un vaso- como algo nunca visto.

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