Entrevista al poeta, ensayista y crítico literario español Luis García Montero.
La víspera de Año Nuevo de 2020, Luis García Montero se escabulló a la habitación 5427 para pasar la noche con su esposa, la escritora Almudena Grandes. Un cáncer venía acabando con la vida de ella desde hacía varios meses. Como las visitas estaban prohibidas —así lo establecía el protocolo durante la pandemia de COVID-19—, García Montero se disfrazó de médico y evitó que lo echaran del hospital. La pareja estaba despierta cuando dieron las doce. “Dividimos por dos las uvas de tu postre, oyendo de la mano aquellas campanadas de la televisión que no sonaban todavía a muerto”, cuenta él en uno de sus poemas.
Esa fue una de las tantas historias que vivió mientras la enfermedad consumía las fuerzas de Almudena. Muchas de ellas se describen en Un año y tres meses (2022), su más reciente poemario. El título alude al tiempo que resistió su esposa antes de perder la batalla contra el cáncer. Se trata de un libro muy personal, por supuesto. Sin embargo, García Montero insiste en que intentó escribir sus versos con una vocación más universal. Componer un poema es como ordenar una casa en la que se recibe al lector, me dice. Quienes compran sus libros se llevan, por lo tanto, algo más que un fragmento de intimidad. En ese sentido, Un año y tres meses pretende ser una suerte de casa o cuarto de hospital amoblado con los bártulos del amor y de la muerte.
Además de poeta y crítico literario, García Montero es también director del Instituto Cervantes. Por ahí empiezo nuestra conversación. Quiero provocarlo, ahora que en ciertos círculos literarios se comenta que Gabriel García Márquez ha alcanzado el mismo nivel de notoriedad que Miguel de Cervantes.
Sin duda alguna. García Márquez es uno de los grandes autores de nuestra lengua. El dato sobre las traducciones viene a confirmar lo que ya sabíamos. De todas formas, aunque no hubiera salido en nuestro estudio que García Márquez es el autor más traducido de los autores del siglo XX, yo seguiría diciendo que es un clásico porque los que hemos leído Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada o El amor en los tiempos del cólera sabemos que su literatura es imprescindible en nuestra vida, nuestra educación sentimental y nuestro conocimiento de la realidad.
Ya veremos… El Quijote fue la consolidación de un género, el de la novela moderna, que había surgido con el Lazarillo de Tormes. Ello nos ayudó a mirar la realidad e imaginar la vida de los demás desde la ficción, y a utilizar con palabras una imaginación moral que nos ha servido para conocer por dentro los hechos de la historia. En esa tradición cervantina ha habido grandes nombres, especialmente durante un momento fundamental de nuestra historia que se conoce como el “Boom latinoamericano”. Pudimos disfrutar de Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Lo bueno de la literatura —y eso lo hemos aprendido muy bien los profesores de literatura— es que no hay que elegir entre un autor y otro. Si a mí me preguntaran qué tipo de poeta leo más, si a Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado, por ejemplo, no elegiría uno para despreciar al otro; puedo disfrutar de los dos. Desde ese punto de vista, como la novela está en marcha y es un género vivo, los lectores podrán seguir disfrutando de clásicos como Cervantes y hacerlos contemporáneos, y podrán enriquecer y disfrutar su mirada literaria incorporando al santoral de los clásicos a autores como García Márquez.
Sí. Me gustó que en el Festival Gabo 2023 se recordara el respeto que García Márquez sintió por la poesía. Yo, que tuve la oportunidad de conocerlo, supe de qué manera él trataba con respeto a la poesía, a la canción popular y a la posibilidad de que los versos descubran todo aquello que sucede dentro de nosotros mismos. Eso lo podemos notar en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura [Brindis por la poesía] y en un artículo de prensa donde recordaba lo que para él había significado un soneto de Gerardo Diego [“El avión de la bella durmiente”]. Todo eso va en la dirección que yo también defiendo. Y es que mientras exista un ser humano que se pregunte “¿qué digo cuando digo ‘soy yo’?” y “¿qué digo cuando digo ‘te quiero’?” habrá una necesidad de indagar en lo íntimo y de buscar explicaciones con nuestras palabras, y siempre, en ese sentido, seguirá permaneciendo la poesía más allá de cualquier moda. La poesía seguirá siendo útil para conocernos, querernos, saber declararnos y saber preguntarnos qué nos pasa.
Cuando pienso en eso siempre concluyo que yo soy poeta porque leí poesía, nací en Granada, descubrí los versos de un autor granadino llamado Federico García Lorca, seguí esa tradición, entré al mundo de César Vallejo, Rubén Darío y Alfonsina Storni, y luego al de otros poetas contemporáneos como Giovanni Quessep… Aquel camino me hizo entenderme a mí mismo. Se escribe poesía porque uno ha sido lector y porque ha descubierto que la lectura de los poemas que escriben otros sirve para responder tus propias inquietudes emocionales. A través del trabajo de los demás te reconoces a ti mismo y eso es lo que tú les pides después a tus poemas. Yo ordeno un poema como se ordena una casa para recibir hospitalariamente a un lector, de modo que cuando ese lector lea mi poema no piense en mi amor o en mi relación con la muerte, sino que, en su educación sentimental, se despierten las preguntas que él mismo quiera responder con su experiencia sobre el amor y la muerte.
Este es un libro que necesité escribir. Para mí fue una situación radical la muerte de mi mujer, y, a la hora de responderle a la vida, estoy acostumbrado a hacerlo a través de mi vocación poética. Necesité preguntarme qué me estaba pasando a través de la poesía. Fue un libro muy difícil. Uno no quiere parecer patético ni hacer un desahogo personal al momento de escribir un poema, sino hacer algo que tenga valor estético, dialogue con el otro y reciba al lector. Para ello me serví de la historia de la poesía y empecé a recordar los grandes poemas sobre la muerte, desde los versos del Arcipreste de Hita y Jorge Manrique, hasta los de autores más contemporáneos. Eso me ayudó a entender que no es sólo una experiencia personal, sino que es algo que afecta a la condición humana y que tiene como clave su relación con la muerte y el amor. Todo aquello me sirvió para salir del pozo en el que estaba y ahora siento que he hecho bien en publicar este libro tan íntimo porque a veces se me acerca alguien y me dice “yo perdí a mi mujer hace un año y al leer su libro he podido entender lo que me estaba pasando y tengo la voluntad de buscarle un sentido a la vida para seguir adelante”. Bueno, esa es la inspiración de la poesía: te ayuda a reconocerte y también forma parte, hospitalariamente, del reconocimiento de los lectores.
La poesía es el género que domino de manera más íntima y el que forma parte de la complicidad del amor que tuvimos Almudena y yo. A Almudena le gustaba mucho la poesía, era una gran lectora. Se fijó en mí porque yo era poeta y, en nuestra relación, la poesía fue determinante. Cuando ella escogió los últimos títulos de sus libros estaba pensando en la poesía. El corazón helado viene de un poema de Antonio Machado: “una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. En todos los Episodios de una guerra interminable hay unos versos de Luis Cernuda y el título de Los aires difíciles surge de un poema de Manuel Altolaguirre. Cada vez que tenía que cambiar de rumbo, ella acudía a la poesía para encontrar el camino que le hacía falta.
Estoy de acuerdo en parte. Cuando conocí a Almudena había escrito un poema de crisis, “Habitaciones separadas”. Era un poema de puesta en duda de los sueños en donde los sueños y yo íbamos a dormir en habitaciones separadas. Luego, de pronto, me dije: “bueno, en el amor también hay muchas razones de vida y en las épocas en que yo disfruto el humanismo y la ilustración, la reivindicación pública de la felicidad ha sido muy importante a la hora de pensar en el bien común y las responsabilidades con los otros. Tengo que escribir un poema de amor”. Entonces me enamoré de Almudena y escribí Completamente viernes, que es un poemario que celebra la felicidad. A mí me parece importante que la poesía sirva para responder a las crisis y a la tristeza, pero que también sirva para responder a la felicidad. Y ahí entramos ya en una estadística: como desgraciadamente en la vida hay más momentos de tristeza que de felicidad, pues se escriben más poemas tristes.
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