Una palabra extraviada

Gabriel García Márquez contó en un taller en Barranquilla en 1997, la anécdota de que una vez retrasó la publicación de un libro y pasó tres semanas en busca de un adjetivo “que yo sabía que existía” pero que al encontrarlo, no era el que le servía...
Por:
José David Ibarra Torres

Gabriel José de la Concordia García Márquez se levantó a las 5:00 A.M. Le dolía el estómago a causa del hambre.
Desde hacía un año escribía, cada día, de manera metódica de 9:00 A.M. a 3:00 P.M., pero no veía fin a su novela. Llevaba 300 cuartillas escritas, y muchas más arrugadas, rotas y desechadas, pero faltaba algo, se sentía como atado, como en un atorón creativo. No podía encontrar una palabra para describir la agonía por la ansiedad amorosa de uno de sus personajes. Esa palabra…
Agonía. No.
Desfallecimiento. No.
Desfalleciendo. No. Sin gerundios. Desfalleciente tampoco. Le falta intensidad.
Insoportable. No.
Soledad. No.
Ausencia. No.
Melancolía. No.
Nostalgia. No. Frenético. Tremendo. Desesperante.
Tristeza. No. Locura tampoco. Es todo junto.
En el diccionario no ha encontrado esa palabra. Pero se siente. Es decir, esa palabra debe describir lo que siente el personaje. No es un adjetivo, debe ser un verbo activo. ¿O no?
El amor duele como el hambre. Y no deja pensar tampoco…
Qué rabia.
Su esposa Mercedes había vestido ya a los niños para llevar al mayor, Rodrigo, a la escuela. Recalentó lo que había quedado de la cena, pero se dio cuenta de que el agua se acababa y tampoco había más carne para la comida. La despensa estaba casi vacía.
Tenía qué resolver el problema de inmediato.
Gabriel José de la Concordia se dio cuenta que la palabra que buscaba no existe. Pero es equivalente a morir de amor, entre dolor y angustia, y sin un descanso, sin una tregua. Con un dolor en el pecho y hasta como si estorbara y quemara el aire al respirar. Como si el hielo invadiera la cabeza y el pecho. Con la desesperanza de nunca más sentir amor. ¿Así se sentirá la muerte?
El beso de su esposa Mercedes y de sus hijos Rodrigo y Gonzalo, le devolvieron el amor a su alma, y algo de tranquilidad.
Tomó tanta agua que ya no tenía hambre.
¿Pero de dónde saldrá el dinero para comer mañana?
El hambre de los hijos también duele. ¿Y si nunca llega el dinero, si sigue esta pobreza, y si no hay para seguir pagando la escuela de los niños, y si no hay para comprar ropa ni zapatos?
Y ya no hay nada de valor para vender o empeñar.
¿Y si no hay futuro?
Lo hablaría con Mercedes. Si no fuera por Mercedes ya habría renunciado a la novela para trabajar en los guiones de películas, o en otro cuento. Pero un cuento no era suficiente. Mercedes ya había pedido a crédito con el carnicero, con el panadero, con las vendedoras del mercado, pero ya no quieren abrir más la cuenta.
No. Ya casi está lista. No será La Casa. El título. Podría ser… Cien años de soledad.
Mañana.
Mañana ya será otro día.
No se había dado cuenta de que, gracias en parte a esa novela suya, la pregunta al pasar de los años, sería: ¿Qué se siente que te quiera tanta gente? Le tomó 18 meses terminar la novela. Y con el tiempo, una sola palabra sí habría de evocar soledad, amor, agonía, desesperación, vida y muerte, frenesí, egoísmo, pasión, tristeza, alegría, esperanza y desesperanza; en una palabra, sí, todo junto: Macondo.
Hoy, Mercedes Barcha recuerda con amor a su esposo, luego de que fueron separados por la muerte inevitable…

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