Thu, 06/12/2025 - 10:23
1968 fue el año en que se publicó por primera vez el cuento “Blacamán el bueno, vendedor de milagros”. Apareció en el número XXIII de la Revista de la Universidad de México correspondiente al período de octubre-noviembre. Cuatro años después, en 1972, fue incluido dentro de los siete relatos que integran el libro La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Desde entonces, este cuento ha impactado de forma considerable la cultura popular, hasta el punto de haber sido adaptado como guion cinematográfico e inspirar una canción de Rubén Blades (“Blackaman”, del álbum Agua de luna, 1987).
Su autor, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, recrea en sus páginas las figuras de dos magos ambulantes, Blacamán el malo y Blacamán el bueno, quienes recorren el Caribe colonial ofreciendo a los curiosos toda clase de inventos y curaciones extraordinarias. Ambos personajes son, en cierto sentido, hermanos literarios de Melquíades, el sabio gitano de Cien años de soledad que lleva a Macondo la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia (el imán), el último descubrimiento de los judíos de Ámsterdam (la lupa) y el más fabuloso hallazgo de los nasciancenos (la dentadura postiza).
En el Centro Gabo hemos seleccionado para ti nueve prodigios e invenciones de Blacamán el malo y Blacamán el bueno.
Se trataba de un contraveneno que Blacamán el malo vendía a dos cuartillos y que servía para curar cualquier mordedura de serpiente o animal ponzoñoso. Según Blacamán era la mano de Dios metida en un frasquito (aunque luego el lector se entere que su composición no era más que ruibarbo con trementina).
El narrador del cuento no explica en qué consistía esta baraja, pero parece que era capaz de predecir las infidelidades, señalándolas con el vaticinio de las cartas.
“En sus tiempos de gloria [Blacamán el malo] había sido embalsamador de virreyes, y dicen que les componía una cara de tanta autoridad que durante mucho años seguían gobernando mejor que cuando estaban vivos, y que nadie se atrevía a enterrarlos mientras él no volviera a ponerles su semblante de muertos”.
Un ajedrez cuyo juego nunca acababa que volvió loco a un capellán y provocó dos suicidios ilustres.
Supositorios de la evasión que volvían transparentes a los contrabandistas.
Gotas furtivas que las esposas bautizadas echaban en la sopa para infundir el temor de Dios en los maridos holandeses.
Una máquina de coser que funcionaba con la electricidad del sufrimiento. Operaba mediante ventosas que se conectaban en la parte del cuerpo donde se tuviera algún dolor. Funcionó tan bien que no sólo cosía mejor que una novicia, sino que además bordaba pájaros y astromelias según la posición y la intensidad del dolor.
Dice Blacamán el bueno: “Ando por el mundo desfiebrando a los palúdicos por dos pesos, visionando a los ciegos por cuatro con cincuenta, desaguando a los hidrópicos por dieciocho, completando a los mutilados por veinte pesos si lo son de nacimiento, por veintidós si lo son por accidente o peloteras, por veinticinco si lo son por causa de guerras, terremotos, desembarcos de infantes o cualquier otro gesto de calamidades públicas, atendiendo a los enfermos comunes al por mayor mediante arreglo especial, a los locos según su tema, a los niños por mitad de precio y a los bobos por gratitud”.
Aunque este era el único milagro que Blacamán el bueno no vendía, porque los muertos resucitados apenas abren los ojos contramatan de rabia al perturbador de su estado, sí ejerció su magia sobre Blacamán el malo, reviviéndolo una y otra vez dentro de su sepultura para que vuelva morir encerrado.
©Fundación Gabo 2025 - Todos los derechos reservados.