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Los otros: Recuento socio-histórico de las expresiones artísticas del Valle del Cacique Upar


Autor: Andrés Osorio

Redacción Centro Gabo

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¿Es inevitable dedicarle años de vida a algún arte y que el recuerdo colectivo desaparezca junto con la vida del artista?. En la sociedad vallenata, sin duda se encuentran todavía una cuna de artistas diversos. Este panorama diverso no ha sido casualidad, puesto que los procesos sociohistóricos de la región han tenido eventos convergentes importantes que entrelazan la identidad cultural arraigada al “Valle del cacique Upar”. Esta misma sociedad presenta contrastes que exaltan la labor artística de pocos, y omiten el legado, y la labor artística de muchos otros. 

En este punto se preguntarán, ¿ es eso de que exaltan la labor artística de pocos y omiten la de muchos otros?. Pues sí, esta misma sociedad tiene en el anonimato otra cuna de artistas de diversas áreas, igual o superior al número de artistas que ya están visibles en el medio público. ¿Y cómo es esto posible?. Una forma, entre tantas otras que hay para explicar, es la afinidad hacia lo conocido por el contexto de cada uno. Un gusto en común puede unir un gremio o separarlo, en este caso muchos de los artistas reconocidos han basado su trabajo en la identidad cultural vallenata y lo que esta misma hegemónicamente representa en el imaginario colectivo. No es fácil ir contra la corriente mediática que se torna en muchos casos, hegemónica. Esa puede ser, quizás, la razón principal de que este fenómeno relegue o enclaustre algunos artistas en Valledupar. Para ejemplificar este fenómeno, se vale traer a colación una tendencia que algunos artistas plásticos locales han hecho y se mantiene para conseguir una circulación constante, lo cual es hacer bodegones o pinturas al óleo retratando un elemento identitario de la cultura vallenata, el acordeón. Homogeneizando así una práctica tan diversa y encerrando en muchos de los casos al criterio del artista en basarlo en una misma temática. 

Este hecho no ocurrió por casualidad. A mediados del siglo pasado, en un momento clave para la identidad cultural vallenata, una comitiva del centro político del país llegó con fines diplomáticos. Nada menos que Alfonso López Pumarejo, dos veces presidente de la república, aterrizó en estas tierras aún aisladas, donde ni siquiera había carretera hacia Bosconia. ¿La razón? Conocer el lugar donde vivió su madre, Rosario Pumarejo Cotes, una distinguida dama vallenata proveniente de una familia de ganaderos y hacendados. Atraído tal vez por la riqueza oral y la esencia macondiana que su madre evocaba, López Pumarejo se sumergió en ese universo cultural que, hasta entonces, permanecía en escondido en las esferas de los círculos “intelectuales” en los salones elegantes capitalinos. 

Es importante destacar que hubo otros eventos que sacaron a Valledupar de una incógnita nacional, entre ellos el caso de Escalona y el presidente Rojas Pinilla, Por medio de este enlace Escalona se abrió paso en las esferas capitalinas para de una u otra forma atraer un atención mediática en esta región, olvidada por el imaginario centralista, también está la campaña de López Michelsen en el departamento del Cesar con “La revolución en marcha” gracias a la amistad entre este, el maestro Escalona, y “La Cacica” Consuelo Araujo Noguera que tomaron liderazgo de su candidatura en la región con el partido liberal y que el nacido del matrimonio López - Pumarejo había sido el primer gobernador del naciente departamento político del Cesar, separándose de sus coterráneos de la Guajira y el Magdalena. Destacar

también el año rural del médico y antropólogo Manuel Zapata Olivella, que coindició con el apogeo cultural de dos referentes importantes de nuestro reconocimiento identitario, nuevamente el maestro Escalona y entra en la ecuación un jóven Gabriel García Márquez en su temprana época de periodista y trotamundos. Además de otros eventos que se podría llevar una gran parte de este relato mencionarlos a detalle. Cabe resaltar que estos hechos están atravesados por una dinámica en común, la música tradicional vallenata. Estos personajes compartían el mismo amor y gusto por los cantos campesinos de acordeón, que eso fue lo que se transmitió con el pasar de los años, tanto que se exacerbó en el imaginario cultural regional, la identidad asociada a la música vallenata. 

No por nada, en relación a la idea inicial, artistas plásticos, visuales en general, han optado por plasmar las dinámicas en torno a las cumbiambas, o las parrandas criollas de los patios antiguos. Ya que esas actividades pusieron a la ciudad en el ojo público como cita el economista Joaquín Viloria: “En esta región del Caribe colombiano, el acordeón entró a reemplazar las gaitas indígenas, que originalmente formaban un conjunto con otros instrumentos como un pequeño tambor y la guacharaca” (Un paseo a lomo de acordeón: Aproximación al vallenato, la música del Magdalena Grande, 1870 – 1960), y qué mejor manera de legitimar esa imagen, si no es a través del mismo arte. En este punto se presta para hacer un interrogante a los otros artistas que siguieron otras tendencias, o lo que se llama en áreas humanas, tendencias alternativas, ¿Qué pasó con ellos?, pues siguen ahí, existiendo y siendo un referente de una lucha hegemónica, aunque meritoria, de una visión artística alternativa. Como es el caso del maestro César “Checha” Cárdenas, quien en sus casi 7 décadas de dedicarse a la música, ha optado por la resistencia de su arte aunque no reciba un apoyo significativo de parte de sus colegas intérpretes. Ya que este ha decidido tener su formato musical diferente a lo que se ve en esta región, como lo es la música vallenata. Él, siguiendo el llamado artístico de su corazón, contra viento y marea se inclinó por la música tropical del Caribe continental, en un intento por difundir otras artes y por mostrar que esta ciudad, por razones históricas y hegemónicas ha adoptado el vallenato como su música por excelencia.

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