Los comentarios críticos que García Márquez hizo sobre los libros que leía en su correspondencia con Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa.
En junio de 2023, la editorial Alfaguara publicó Las cartas del Boom, una recopilación de 207 cartas, postales, telegramas y faxes que intercambiaron, entre 1955 y 2012, los escritores Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. De esa profusa conversación epistolar, 40 cartas fueron redactadas por García Márquez, especialmente en la década de los sesenta, durante el clímax literario que periodistas e investigadores han denominado como “Boom latinoamericano”.
Se trata de un libro que muestra la sintonía creativa y política entre los cuatro autores más representativos de América Latina, y en el que puede apreciarse sus ideas en torno a las nuevas narrativas del continente, los concursos literarios, las revistas culturales, la Revolución cubana, el papel comprometido de los escritores y la industria editorial. La intimidad de la correspondencia también revela opiniones que no se atrevieron a decir en entrevistas y congresos, ya sea por consideración con sus colegas o por mantener esa información dentro de los confines de la privacidad. En el caso de García Márquez, por ejemplo, pueden leerse varios de sus juicios sobre los novelistas del momento, algunos de ellos tan negativos que resulta comprensible la decisión de no expresarlos en público.
Como si se tratase de una bitácora de lecturas, Las cartas del Boom permite conocer las impresiones de los libros que iban cayendo en las manos del autor de Cien años de soledad mientras residía en Ciudad de México y Barcelona: desde La casa verde (Vargas Llosa), Zona sagrada (Fuentes) y Todos los fuegos el fuego (Cortázar), hasta Gazapo (Gustavo Sainz), José Trigo (Fernando del Paso) y Tres tristes tigres (Guillermo Cabrera Infante).
En el Centro Gabo hemos seleccionado estos comentarios críticos que García Márquez consignó en sus cartas. Los compartimos contigo:
Acabo de leer La casa verde. Es monumental. Me doy cuenta de que estamos de acuerdo en el propósito de no abandonar por manoseados los viejos reinos de Gallegos y Rivera, sino por el contrario, como lo haces tú y como yo trato de hacerlo en mi último libro, atraparlos otra vez por el principio para atravesarlos por el camino correcto. Ya te habrás dado cuenta de que los gacetilleros europeizantes no son muy comprensivos en este sentido. Aquí se han publicado los absurdos más estrepitosos sobre el supuesto folklorismo de tu novela. Yo, que ni siquiera leo lo que se escribe sobre mis libros, no consigo curiosamente soportar la rabia que me producen las imbecilidades que se dicen sobre libros que, como el tuyo, me parecen tan importantes.
Carta a Mario Vargas Llosa. México, 24 de agosto de 1966.
En Todos los fuegos el fuego, Cortázar tiene un cuento —«El otro cielo»— que es genial. Me desmadró de nostalgia: de algún modo que no logro precisar, yo viví todo eso.
Carta a Carlos Fuentes. México, 30 de septiembre de 1966.
Aunque Gazapo, de Sainz, tiene virtudes prometedoras, está muy lejos de ser una revelación. José Agustín y otro adolescente cuyo nombre no recuerdo empiezan a hacer mucho ruido, pero a mi juicio tienen dentro muy pocas nueces.
Carta a Carlos Fuentes. México, 26 de enero de 1967.
El José Trigo de Fernando del Paso, en el cual fincamos tantas esperanzas, es un accidente descomunal: capítulo por capítulo es interesante, pero el ladrillo total es simplemente ilegible.
Carta a Carlos Fuentes. México, 26 de enero de 1967.
Zona sagrada, mi querido máster, es un libro hermoso y triste. El patetismo de esos dos protagonistas, y el mundo absurdo y falso en que viven, me resultan terriblemente conmovedores. En cuanto a la forma en que lo has escrito, no puedo menos que recordar una frase que no recuerdo dónde he leído: «Civilización es moverse con facilidad por entre las cosas». Esa impresión me causa tu técnica: no hay un solo tropiezo en ese laberinto de prejuicios, necedades, mezquindades, pasiones y compasiones en que te has metido a explorar. Los personajes están vivos. Los conocemos. Nos exaltan, nos irritan y, sobre todo, nos comprometen. Aquí me acuerdo de otra frase que tampoco recuerdo dónde he leído y que hace poco mencioné como si fuera mía en una entrevista: «Lo que me importa no es ser un escritor comprometido, sino un escritor que comprometa a sus lectores». Tu libro nos compromete. Para mí con eso bastaba.
Ahora bien: trato de explicarme por qué no ha gustado desde el primer momento. Estás en un terreno peligroso: capturando los mitos de nuestra más inmediata actualidad, descubriéndolos, desnudándolos, descarnándolos antes de que hayan siquiera empezado a petrificarse. Estos no son los mitos nostálgicos de nuestra infancia, ni los de otra época, mejor o peor. Son los mitos que constituyen nuestra realidad circundante de esta noche, los que están haciendo nuestro propio mundo, los protagonistas de las noticias que vamos a encontrar en el periódico de mañana. Hacer, por decirlo así, un periodismo trascendente. Es natural que esto siembre el desconcierto, al menos al primer impacto. Y solo nosotros, los que sabemos lo que es enfrentarse a una máquina de escribir, estamos en condiciones de comprender el inmenso valor personal —aparte de todo lo demás— que se necesita para entrarle al toro de la literatura en esa forma, es decir, agarrándolo por los cuernos. Estas consideraciones, que yo había vislumbrado en toda tu obra anterior, se me han alumbrado muy nítidamente en Zona sagrada. Algún día, próximo, acabaremos de ponerle orden a esta conversación descosida en torno a un buen vaso de Beaujolais.
Carta a Carlos Fuentes. México, 8 de mayo de 1967.
Leí los Tres tristes tigres. Pocas veces me he divertido tanto como en la primera parte, pero luego se me desarmó todo, se me volvió más ingenioso que inteligente, y al final me quedé sin saber qué era lo que me querían contar. Cabrera, con sus estupendas dotes de escritor, está, sin embargo, descalibrado.
Carta a Mario Vargas Llosa. Barcelona, 2 de diciembre de 1967.
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