Entrevista con el escritor, periodista y ensayista mexicano Juan Villoro.
Hay ocasiones en las que Juan Villoro parece un autor de ciencia ficción. Sus inquietudes sobre el futuro de la lectura y el desarrollo de la inteligencia artificial dejan entrever una oscura distopía: la de un mundo no tan lejano en donde las personas ya no leen y han sido reemplazadas por las máquinas.
Para el narrador mexicano de 67 años, la tecnología está transformando nuestros modos de consumir y producir historias. Modelos de lenguaje como el ChatGPT de OpenAI o bots de charla como el Gemini de Google son un peligro para el quehacer literario y periodístico realizado por seres humanos. “Debemos darnos prisa y evitar la sustitución del talento humano”, insiste Villoro como un viajero del tiempo que desembarca en una época en la que todavía es posible cambiar el futuro.
Frente a este porvenir incierto para la lectura y la escritura, el autor de El testigo y La figura del mundo propone aferrarnos a los buenos libros. En su caso, eso significa releer a los clásicos rusos (Dostoievski, Tolstói y Chéjov), o a compatriotas latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Elena Garro y Juan Rulfo. Gabriel García Márquez también se encuentra en esta lista. Las historias del nobel colombiano gozan de cierto favoritismo desde el día en que Villoro fue cautivado en su adolescencia por Relato de un náufrago.
Es muy pronto para decirlo. Se trata, sin duda, de un clásico contemporáneo. Si la definición de “clásico” es la de un autor que se sigue leyendo y cuyos mensajes siguen significando, creo que podría decirse con toda tranquilidad que García Márquez pertenece al rango de los autores clásicos. Pero esto tendrá que ponerse a prueba a través de los siglos y no seremos nosotros los que digamos si alguien como él perdurará. Eso dependerá de los lectores futuros. Yo tengo la confianza en que así sea y que no nos hayamos equivocado en declararlo uno de los escritores más importantes de nuestro tiempo.
A las de ahora todavía puede decirles muchas cosas porque hay suficientes puntos de contacto con su realidad. Las grandes preguntas son si se va a seguir leyendo en el futuro y cómo se va a seguir leyendo. Estamos ante generaciones que tienen una fuerte influencia tecnológica, privilegian escritos muy breves y están inmersas en la cultura no literaria de los mensajes de texto y los chats. No sabemos si los hábitos futuros de la especie humana incorporarán a la literatura como en otras épocas o si esta forma de arte se convertirá en territorio de especialistas. Espero que el ser humano no deje de leer. He escrito mucho sobre la necesidad de afrontar los desafíos de la inteligencia artificial y de la sociedad virtual a partir del viejo y resistente hábito de la lectura; estoy convencido de que eso es posible, pero ya veremos lo que deciden los lectores en el futuro. No sabemos de qué manera van a valorar la literatura y tampoco si los autores del pasado significarán algo para ellos. Ha habido obras que han sido clásicas durante un siglo y luego han desaparecido. La condición de lo clásico no es permanente.
El ChatGPT es una de las grandes amenazas que tenemos como especie por varias razones. La primera de ellas es que no plantea una ayuda, sino una sustitución del ser humano. Es un falso atajo para tener ideas o recabar información. Es un programa diseñado para cumplir funciones que antes hacíamos nosotros. Por el momento, no hay grandes poemas y novelas escritas por el ChatGPT, aunque nada impide que esto ocurra muy pronto. Es un modelo de lenguaje que aprende cada vez más rápido. Geoffrey Hinton, considerado el “padrino” de la inteligencia artificial, renunció al cargo directivo que ocupaba en Google porque concluyó que la inteligencia artificial ya no puede ser controlada y hoy se arrepiente de haber contribuido a su desarrollo.
Por desgracia. El desarrollo de la inteligencia artificial no está en manos de las sociedades democráticas que puedan vigilarse a sí mismas, sino que está en manos de seres caprichosos como Vladímir Putin o Elon Musk. Ése es el gran problema. ¿Quién los controla a ellos?
Lo que propongo es reforzar la convicción de que la lectura nos permite entender mejor la realidad. Hay mucha gente que piensa que ya no es necesario leer. Leer periódicos, sobre todo. Los periódicos se encuentran en total decadencia y el oficio periodístico es uno de los que muy pronto va a desaparecer por la inteligencia artificial. Frente a eso, lo que debemos hacer es proteger la idea de que no es lo mismo el periodismo escrito por un robot que por un ser humano. Esta no es solamente una posición ética que defiende que todo ser humano necesita un trabajo y que éste no puede ser reemplazado por una máquina, sino también una reivindicación de la calidad: creo que hay ciertas cosas que únicamente pueden ser realizadas con la destreza humana. No se puede perder el contacto milenario entre dos espíritus que se desconocen y que luego se unen a través de la lectura. Tenemos que fomentar la lectura y la escritura, al tiempo que debemos acotar el trabajo de las máquinas. Es obvio que la inteligencia artificial es útil en muchos campos, pero debemos limitar la sustitución del talento humano.
En Estados Unidos, por ejemplo, el Sindicato de Guionistas logró que los guiones cinematográficos y televisivos no los escriba el ChatGPT. Yo en mis contratos con editoriales impongo la prohibición del uso de inteligencia artificial en la creación de las portadas y en cualquier proceso de reproducción de mis textos. Todos deberíamos tener esta actitud consciente y responsable. Estamos en una carrera contra el tiempo. Si los guionistas estadounidenses no hubiesen actuado rápido y frenado el uso de inteligencia artificial, por lo menos el setenta porciento de ellos habrían sido satisfactoriamente sustituidos. El ChatGPT todavía no tiene la capacidad de escribir Cien años de soledad, pero sí tiene la calidad para ser un buen guionista de series.
Hay muchos valores interesantes en Gabo que quizá perduren. La espera es uno de ellos. El coronel no tiene quien le escriba es una metáfora de la espera. El protagonista de esa novela está deseoso de recibir una jubilación que nunca le llega y lo único que hace es aguardar el momento en que por fin se la paguen. Eso se ha convertido para él en una obsesión tanto económica como ética, pues no puede dejar de esperar. Durante la pandemia, nosotros no hicimos otra cosa que esperar. La espera adquirió entonces un valor cultural muy importante. Ciertas narrativas que hablan sobre esto se volvieron más fuertes. Es el caso de El coronel no tiene quien le escriba, cuyo peso moral se reforzó.
La del amor de la tercera edad que aparece en El amor en los tiempos del cólera. Es algo sobre lo cual no se había escrito. Yo espero que la especie humana tenga mayor libertad para hablar del amor en la vejez. Hoy en día todavía es tabú que en una película dos ancianos enamorados se besen. Como mucho se toman de las manos, pero no se ve un cariño que pueda ser erótico. En ese sentido, creo que esa novela de García Márquez apunta hacia el futuro.
Ahí hay un tema que me parece transcendental: la voz colectiva. Ése es un libro donde rige la democracia de las voces. Hay tantos personajes y tantas cosas en ellos que lo que se está contando al final es la historia de una estirpe, un pueblo y una nación. Es la idea de un relato colectivo, aunque irónicamente haya sido escrito por una sola persona. Este tipo de narrativa coral postula un pueblo entero y eso es algo que probablemente abracen los colectivos del futuro.
Las más anticuadas. Esa visión animal de la dominación masculina sobre la mujer. La idea de que un hombre que tenga el pene enorme va a ser feliz toda la vida. Ese tipo de cosas. Todo clásico tiene temas que van quedando atrás y temas que van hacia el futuro. Pasa con García Márquez y también con Cervantes, Homero o Sófocles. De ellos nos quedarán los temas eternos. En Crónica de una muerte anunciada, por ejemplo, lo eterno es la mezcla entre realidad y ficción. Esa manera de completar una historia real con elementos que no son comprobables ni verificables cruza una y otra vez los límites entre el testimonio y la ficción. Yo me imagino que cuando las gentes del futuro se pregunten cómo contar una historia verdadera a la que le hacen falta algunos detalles que sólo pueden ser imaginados, encontrarán una respuesta en Crónica de una muerte anunciada. Hay muchos motivos por los cuales esperar que García Márquez sea leído en los años venideros, pero desconocemos las mentes que harán eso.
Claro. La evolución de los lectores es rara es impredecible. Mira: Dostoievski fue un narrador maravilloso que escribió Crimen y castigo para criticar a los anarquistas que no creían en Dios. En aquel momento él era un cristiano heterodoxo. Su personaje Raskolnikov piensa que, si Dios no existe, todo está permitido; idea que le permite cometer un asesinato (hecho del que luego se arrepiente). Este asesino que no cree en Dios fue visto por su autor como un personaje inmoral, pero fue descrito con tanta complejidad sicológica y tanta riqueza literaria que después de varias décadas, en los tiempos del existencialismo en el siglo XX, Jean Paul Sartre lo presentó como un héroe de la elección individual. Aunque Dios no exista, afirmó Sartre en su libro El existencialismo es un humanismo, no todo está permitido y ello se evidencia en el arrepentimiento de Raskolnikov, quien ha sido corregido por su propio libre albedrío. Ese es el dilema existencial sartreano: somos nosotros, como Raskolnikov, quienes tenemos que introyectar la ética sin las coacciones externas del Estado o la Iglesia. Entonces lo que era una visión crítica en tiempos de Dostoievski, se convirtió en una exaltación del desafío de la libertad en tiempos de Sartre. Por eso creo que muchas de las decisiones de los personajes de García Márquez serán entendidas de otra manera en los próximos siglos.
Sin duda habrá lugar a transformaciones de ese tipo. Lo único que sabemos del futuro es que va a ser distinto del presente. Esperemos que haya lectores que completen los libros de García Márquez con lecturas que, aunque nos resulten insólitas, sean provechosas para ellos.
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