Muchas relaciones se pusieron a prueba en las pasadas elecciones. Dos parejas nos cuentan cómo sobrevivieron.
Silvana Useche, como unos 8 millones de colombianos, estaba triste el lunes. Pero su novio, como otros 10 millones de colombianos más, estaba feliz. “Yo pensé que me lo iba a echar en cara. Pero él no celebró. Me llamó y me preguntó cómo me sentía.” Luego escribió en sus redes sociales que él, su querido uribista, era quien le estaba ayudando a sobrellevar ‘la tusa’.
Ella estudió filosofía, es vegana y ha trabajado con víctimas del conflicto. Él fue víctima de las Farc; varias personas de su familia estuvieron secuestradas y una tía suya murió en cautiverio. Claramente, sus votos fueron en direcciones diferentes el pasado domingo. “Para mí la política es personal, para él también lo es,” dijo Silvana.
Siempre que hablan de política las conversaciones eran “enriquecedoras,” como ella dice, y hasta lograban entender mejor las posturas y las razones del otro. Ella se sentaba a escucharlo; no solo porque es su novio, sino por su historia personal. No podía ignorar la perspectiva de alguien a quien el conflicto le había pasado por encima.
Si vamos a hablar de política, que sea sin vainazos’.
Pero al final nadie se movía de su posición, y el asunto se puso difícil después de la primera vuelta. “Se volvió ‘un tema’”. Tuvieron que llegar a un acuerdo para no quedar heridos: “si vamos a hablar de política, que sea sin vainazos’.” Por fortuna, sobrevivieron.
“Antes conciliaba menos, aprendí que a veces hay que saber callar”, dice. “Al final de la discusión, vas a tener que acostarte con esa persona en la misma cama.”
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Catalina Gallo, periodista, escritora y editora, es la disidente política de su casa. “Mi marido es de derecha, y mis hijos adolescentes, también.” Además, es la clase de hogar en la que un niño de cuatro años tiene la agudeza y el descaro de decirle a la mamá que parecía que trabajara en una ONG, y en la que ese mismo niño, hoy adolescente, decidió que solo leería las noticias de Russia Today porque “siempre hay que entender los dos lados.”
Hoy, todos discuten con argumentos, y a menudo sus comidas familiares están sazonadas de debates deliciosos: ¿debe el Estado dedicarse solamente a unas pocas cosas? O, por el contrario, ¿debe haber subsidios y ayudas a los pobres? También se alegran la vida con chistes y bromas de política, casi siempre a expensas de Catalina y sus ideas.
Por supuesto, estas elecciones se vivieron con la intensidad de siempre. Los debates fueron tan álgidos como siempre, en especial en la segunda vuelta. Cada quien tomó partido, se llenó de argumentos y defendió su posición. El día después, todos estaban más o menos tranquilos. Quizás tanto escuchar matices y argumentos en un sentido y en otro los vacunó contra el tremendismo en el que muchos caímos ese día.
Yo sufrí mucho, pero aprendí a escuchar y a respetar que la otra persona piensa distinto.
¿Cómo llegaron a ese punto de madurez? “Yo sufrí mucho, pero aprendí a escuchar y a respetar que la otra persona piensa distinto,” cuenta. Para los hijos, también ha sido un ejercicio de aprender a convencer con argumentos y con un poco de sentido del humor.
Pero no siempre fue así. Hace años, sus hijos les pidieron que dejaran de hablar de política: las cosas se ponían tensas y no les gustaba ver a sus papás peleando. Pronto se acordaron de que hay muchas otras cosas en la vida; de que lo que los unía con esa persona con quien habían elegido hacer una familia era más fuerte que las opiniones políticas.
Para Catalina, al final fue un alivio que nada se rompiera. Como dice ella, “es delicioso hablar de política.” Así al final nadie cambie de opinión.
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